Único

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La luz de los rayos y la lluvia se asomaban por la ventana, al igual que las lágrimas que luchaban por salir, las cuales el pelinegro retenía mordiendo su labio con fuerza.

Se encontraba acurrucado boca abajo, tapado por completo y sosteniendo fuertemente la almohada sobre su cabeza para no escuchar. No recordaba con exactitud cuándo empezó a tenerle miedo a las tormentas, quizás cuando su madre le gritaba que era un tonto, un inútil, un estúpido, un bueno para nada, o quizás cuando lo secuestraron y su memoria le hacía comparar los rayos con los disparos y gritos.

Tenía miedo, mucho miedo. Aquella tormenta le traía muy feos recuerdos, no quería pensar, sólo quería dormir, pero se le hacía imposible con el susurrar del viento, el llanto y enojo de las nubes.

Quería huir, refugiarse en un lugar perfecto, donde sentirse seguro y hacer de ese lugar un hermoso hogar.
La habitación se iluminó y poco tiempo después se escuchó el estallido del trueno, el chico ya no lo pudo evitar, de su boca salió un quejido, y de sus ojos las lágrimas que tanto había contenido.

En otro lado de la casa se encontraba cierto rubio sentado frente a la gran ventana, observando aquel paisaje urbano, la lluvia lo ponía nostálgico. Todas las parcelas de su vida fueron horribles, o así las recordaba. Su vida fue tan desafortunada, que el estar un poco tranquilo le aterraba.

"Después de la calma viene la tormenta."

¿Qué sucedería luego de aquella preciosa tranquilidad?

Le rogaba a todos los dioses que nada malo, ya había sufrido demasiado.
Aún no sabía cuál era su motivo para seguir, o quizás sí, pero no quería admitirlo porque sentía que si lo hacía, no podría dar vuelta atrás y eso haría más difícil las cosas. Aparte, no comprendía esos sentimientos completamente; desde sus ocho hasta sus diecisiete años, había pasado por tales situaciones desagradables, que se había olvidado de muchísimas emociones.

Aunque... aquél beso fue muy significativo para él. Sí, lo hizo para salvarse, pero eso no quería decir que no sentía nada por el tierno pelinegro.

Le costaba imaginarse sin él a su lado, no hacía mucho tiempo que lo conocía y sin embargo se había acostumbrado tanto a su presencia que le costaba en demasía tomar aquella decisión. Pero tenía que hacerlo, después de todo, sería para protegerlo...

Un pequeño golpe lo sacó de sus pensamientos. Caminó hasta la entrada y abrió la puerta, encontrándose con el chico que no lograba sacar de su cabeza, este miraba el suelo con algo de pena mientras abrazaba una almohada. No pudo evitar sonreír ante esa imagen tan adorable.

—Eiji... ya es tarde, deberías irte a dormir, mañana tienes que levantarte temprano.

El anteriormente nombrado levantó la cabeza, ocasionando que el de ojos verdes dejara de sonreír. El mayor tenía el labio sangrando, los ojos rojos y las mejillas mojadas.

—¿Puedo... Puedo pasar la noche contigo?

Eiji al hablar, abrazó con más fuerza su almohada, si el de menor edad se negaba, tendría que soportar el ruido de los feroces truenos. Ash se hizo a un lado sin decir palabra alguna, logrando que el pelinegro sonriera levemente y se adentrara a la habitación.

—¿Por qué llorabas?

La pregunta llegó rápida y sin tapujos, pese a que temía cual fuese la respuesta.

—Yo... —vaciló ligeramente—. No lo sé, me dio miedo esta tormenta.

"Después de la calma viene la tormenta."

—¿Cómo te lastimaste el labio?

Eiji se sentó en la cama del adverso, dejando la almohada a un lado, junto con la que el rubio usaba. Nuevamente la habitación se iluminó, pero esta vez el chico de ojos café esperaba el ruido del relámpago con los ojos cerrados fuertemente, y las orejas tapadas con sus pequeñas manos. Al verlo tan espantado, Ash encendió la lámpara que estaba en la mesa de luz y cerró las cortinas. Luego del espantoso resplandor del trueno, Eiji quitó las manos de sus oídos y abrió los ojos.

Mi hermoso tormento - [Banana fish]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora