La alianza se había quebrado. ¿Qué podía hacer un hombre como él ante eso? No solo había decepcionado, implícitamente, al espíritu que había tenido la consideración de darle sus poderes, también había traído, en los días subsiguientes a la catástrofe, vergüenza a su familia.
No tenía más opción que huir. Esta vez, de verdad. No podía ir a ninguno de los sitios en los que antes se había quedado, no podía pedir consejo a amigo alguno, ni procurar quedarse unos días en casa de uno u otro.
Pensó en qué hace una persona normal cuando se siente entre la espada y la pared. La gente enfrenta las cosas, pero en su caso, esto implicaría su muerte segura. El reino se lo reclamaría. Había cometido un acto de traición y todos los consejeros reales estarían de acuerdo en ejecutarlo. Antes que entregarle su vida a desconocidos que solo sabían succionar hasta el último ápice de riqueza y poder, prefería quitársela él mismo.
Había sostenido ese pensamiento de camino a casa, pues sabía que el sacrificio sería demandado cuanto antes. Al llegar, además de dar cara a la entidad que estaba visiblemente molesta, también tuvo que soportar los reclamos de su madre. Su rendimiento en el trabajo había disminuido, y el estudio no podía permitirse bajar su prestigio. Él sabía perfectamente esto, pero su cuerpo apenas podía mantenerse a flote con todas las obligaciones. Después de todo, ya no era el niño superdotado que resolvía varios problemas a la vez. La vida adulta le estaba pasando factura, y, claramente, no podía -tal vez nunca podría- tener una adultez normal.
─Debe pensar qué haremos cuando él ya no esté ─le había dicho Rostor al rey, en su presencia. En aquel momento, Qiang creyó que estas palabras hacían referencia a su corta existencia humana, pero en realidad significaban que su vida no era pasible de soportar tantos golpes.
Los reveses que había sufrido hacía diez años, parecían, en aquel momento, insignificantes. En la actualidad, cada pequeño problema que surgía, aunque fuera en su imaginación, se lo engullía entero. Qiang sabía bien que esto traería más ruina al reino. Los nuevos niños ya estaban siendo entrenados para sustituirlo, sus antiguos amigos ya trabajaban con ellos como lo habían hecho con él algún día.
─Soy totalmente prescindible ─, pensó. ─Y ahora que creen que he traicionado al rey, pensarán también que soy peligroso por todo lo que sé.
Mirando en retrospectiva, vio que muy pocas veces se había encontrado en una posición favorable en su vida. Todo era una batalla constante, y cada día que pasaba se sumaban más cosas. Despertar le resultaba un acto ritual tortuoso, y con ellos, todo lo que venía. Cepillarse los dientes, obligándose a sí mismo, porque, aunque trataba de racionalizar que esta era una tarea sencilla, muchas veces, no la encontraba fácil. El hecho de ser negligente con su propio cuerpo, le generaba angustia extra con la que no sabía lidiar. Todo el tiempo que debía pasar entrenando su concentración y meditando, no hacían nada por él. Últimamente, para terminar de empeorar las cosas, tampoco hacía nada por los demás. Miraba con desesperación, horas enteras, la pequeña caries que había empezado a crecer en uno de sus dientes. En el pasado, había sabido reaccionar ágilmente a la más pequeña grieta, en él, en los demás, en el tejido desagradable y multiforme que era la sociedad que siempre lo había rechazado, y que, sin embargo, él se obligaba a sostener.
Los informes y documentos en el trabajo se le acumulaban a un ritmo que no podía controlar. Sí. Había sucedido en algún momento, seguro que cuando se detuvo para leer un libro nuevo, o para contemplar esas culposas cartas que había recibido hace una década. En aquel momento había perdido el dominio de todo aquello que le pertenecía. Lo sabía desde hacía un tiempo y, aun así, había continuado trabajando como si nada sucediera, pero conservando la certeza abrumadora, a cada instante, de que algo habría de suceder. Algo tan grande o pequeño, que produciría un derrumbe descomunal. Una ruptura tan grande, que jamás volvería a ser el mismo.
Lo supo aquel día, cuando escuchó a aquel demonio pronunciar esas palabras: ─Qiang, hoy voy a destruir tu vida.
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Antes de la metamorfosis.
AdventureQiang fue alguna vez un chico normal, hasta que las fuerzas que existen más allá del mundo humano, tomaron interés por él, convirtiéndolo en heredero de un reino que lo necesita y rechaza. Deberá lidiar con sus poderes y con su depresión en un mundo...