XVII

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De pie frente al monitor e intentando una vez más ajustar la señal, Dylan Rhodes se quito los audifonos. Era un caso perdido. El microfono de Jack Wilder había dejado de funcionar desde hace tres días.

Tenía la esperanza de que hubiera alguna interferencia de por medio. Sin embargo, no la había.

Ahora no podría comunicarse con Jack, ni monitorear las actividades dentro de aquella derruida casona.

¿Estarían bien ahí dentro?

Esperaba que si.

Preocupada, Henley aguardó alguna palabra de aliento.

Dylan señaló la ubicación exacta en el mapa.

—Tenemos que entrar de alguna manera.

—¿Qué tal si los forzamos a salir?— sugirió Merrit, abandonando su silla para unirse a los otros. —Me refiero a que, en vez de entrar, hagamos que ellos salgan.

Dylan suspiró.

—¿De qué manera podemos...?— no terminó de hacer su cuestionamiento. No hizo falta en realidad. Le bastó con ver la mirada cómplice de sus jinetes para darse por enterado de que ya tenían un plan en mente.

**

Estaban atados a dos sillas. Uno a espaldas del otro. Inmovilizados, incomunicados y fuertemente vigilados por dos individuos fornidos que no abandonaban su lugar en la puerta del sótano.

De la nada, Daniel comenzó a reír. Ya le dolían las muñecas, pero no era la primera vez que aquel bastardo lo ataba de esa manera. Sin embargo, en esta ocasión, Jack lo acompañaba.

—¿Qué es lo gracioso?— preguntó Wilder por lo bajo.

Daniel se encogió de hombros y exhaló un suspiro.

—Yo, supongo— agachó la cabeza para ver la cuerda de sus pies, analizando detalladamente el nudo. Sabía que podía remover las ataduras. Había llevado a cabo un montón de trucos de escapismo antes. El problema radicaba en los grandulones que custodiaban la puerta.

—¿Tú?— preguntó Jack con ironía. —Si yo fui el idiota que vino a salvarte el trasero. Fue a mi a quién golpearon hasta el hartazgo y me han dejado una cicatriz de por vida en la mano— inspiró hondo y continuó. —No sé para qué me tomé la molestia de venir hasta acá. Debí suponer que te gustaba este nuevo estilo de vida...¿Qué puesto te prometió?, ¿Con cuánto te compró?

Daniel, que había empezado con la odisea de restregar sus pies para aflojar los nudos, frunció el entrecejo.

—¿Estas diciendo que me compraron y por eso decidí quedarme?

Jack chasqueó la lengua como afirmación.

—Sólo digo que al Daniel Atlas que yo conocía, le gustaba ayudar a las personas en lugar de ir golpeandolas o causando alborotos en las calles solamente porque un desquiciado se lo ordena.

Molesto, Daniel se mordió el interior de las mejillas. Notaba en el suave rechinido de la madera, que Jack hacía lo propio con sus ataduras. Muy probablemente usando alguna carta con una navaja escondida en medio.

—Genial— farfulló, ofendido. —Ahora crees que soy un traidor porque me enrede con el enemigo.

Oyó a Jack respingar un insulto.

—Tierra llamando a Daniel, debías arrestarlo, no acostarte con él— tarareó con un dejo de ironía. —Aunque, claro. A ti te representa la carta del amante. Se te da mejor meterte en las camas que ser detective.

Veneno y Antídoto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora