El viento que hace que no te veo.

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Estos días hace viento en Murcia, mucho viento. Recuerdo que cuando puse mi antena de radioaficionado hace muchos años, mi vida era mucho más tranquila: no había Internet entonces, y la informática era una cosa de ingenieros que sabían mucho, y de libros de ciencia ficción. Recuerdo leer las historias de Multivac que escribía Isaac Asimov, que tenía del futuro hasta el nombre. En aquellas historias pasaba de todo, menos el amor. Era un futuro sin besos, sin encuentros furtivos, sin chispa de la vida que electrocutase a las otras chispas, las eléctricas... Sin embargo eran historias entretenidas. Por aquella época me compraba uno de esos libros a las seis de la tarde, cenaba a las ocho y a las nueve estaba en la cama con Asimov, el hombre del futuro, y pasaba la noche peleándome con los robots de las tres leyes, y con El Mulo, el personaje más querido de toda la Trilogía de La Fundación, que tanto me recuerda ahora Pablo Iglesias Júnior con su Podemos, pues aquel personaje, como este, convencía a todos de cualquier disparate con su elocuencia, porque no se trataba de sus razones, sino de su personalidad y de las lealtades que despertaba en quien le escuchaba...

Pues sí, hacía mucho viento el día que puse mi antena de radioaficionado, mi dipolo con tres elementos que con tanto cariño había hecho con las ayuda de mi amigo y colega Zulú Japón. Nos ayudó Juan a ponerla en el tejado de mi casa, donde sigue erecta como mudo homenaje a los dos amigos que se me fueron. La pusimos porque los radioaficionados salvamos vidas en caso de desastre natural. Hacía poco tiempo había sobrevivido yo a un desastre natural sin que la radio me hubiese servido de mucho: me había divorciado. Era mi segunda vez, así que ya no me afectó tanto como la otra. Por eso me enamoré de la radio, y cuando ya pude, porque conseguí entenderlo, me compré un ordenador, un Spectrum. Y luego un Amstrad; y más tarde un dos ocho seis... ¡Qué tiempos!

Pero el viento se fue llevando todo eso, mi vida, poquito a poco cada vez. Y ahora parece que el viento me ha traído otra vez a Carlota, mi primer amor, al que dejé para casarme con Andrea, mi primera esposa, la que destrozó mi corazón y mi bolsillo.

Sí, ha hecho mucho viento en Murcia estos días. Y de pronto la vi: más gorda, más arrugada, más estropeada por los años y los embarazos, pero siempre Carlota. «¡Carlota», le dije, «¡Cuánto viento hace que no te veo!» Reímos, nos besamos, y tras tres cafés y una confesión lo hemos retomado donde lo dejamos. Pero ya da igual la informática, la radio y la electricidad. Y ni siquiera hace viento. Y..., ¿saben ustedes?, apenas noto el frío.

Sí, ya no hace viento en Murcia. Ni en mi vida tampoco. Por fin estoy en paz conmigo mismo.

Murcia, a cinco de febrero de 2015,

Siendo las 03:17 horas.

Leído a las 09:30

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