1. Eden

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Pasé mi cumpleaños número dieciocho manejando de Nueva York a Eden, Michigan, para que mi madre pudiese morir en su pueblo natal. Mil quinientos treinta y cuatro kilómetros de asfalto, sabiendo que cada señal que dejábamos atrás me acercaba, al que, sin duda, sería el peor día de mi vida.

En cuestión de cumpleaños, no lo recomendaría.

Pasé todo el día conduciendo. Mi madre estaba tan enferma que no podía pasar mucho tiempo despierta y menos aún conducir, pero a mí no me importó. Tardamos dos días, y una hora después de cruzar el puente hacia la Península Superior de Michigan, mi madre parecía agotada y entumecida por llevar tanto tiempo en el coche. En cuanto a mí, habría preferido no tener nunca más ante mi vista un tramo de carretera despejada.

—Toma ese desvío, Jen.

Miré extrañada a mi madre, pero puse el intermitente de todas formas.

—Se supone que no tenemos que desviarnos hasta dentro de cinco kilómetros.

—Lo sé, pero quiero enseñarte una cosa.

Hice lo que me pedía, suspirando para mis adentros. Mi madre ya tenía los días contados, era muy poco probable que dispusiera de un día. No podíamos dejarlo para después.

Había pinos por todas partes, altos y amenazadores. No vi indicadores, ni puntos kilométricos, ni nada excepto árboles y un camino de tierra. Cuando llevábamos recorridos ocho kilómetros, empecé a preocuparme.

—¿Estás segura de que es por aquí?

—Claro que estoy segura.—pegó la frente a la ventanilla y su voz sonó tan suave y quebradiza que a duras penas la oí— Quedan menos de dos kilómetros.

—¿Para qué?

—Ya lo verás.

Después de un kilómetro y medio, la cerca comenzó, se extendida por un lado del camino, tan alta y gruesa que era imposible ver lo que estaba del otro lado, y debieron ser otros tres kilómetros antes de que saliéramos en un ángulo recto, formando una especie de línea divisora. Todo el tiempo que manejamos mi madre se quedó viendo la ventana, cautivada.

—¿Es esto?—no quería parecer enfadada, pero de todos modos ella no pareció notarlo.

—Claro que no. Gira a la izquierda aquí, cielo.

Hice lo que me decía y el auto dobló la esquina.

—Es muy bonito —dije con cautela, porque no quería disgustarla—, pero no es más que una cerca. ¿No deberíamos buscar la casa y...?

—¡Aquí!—me sobresalté al oír su voz débil pero ansiosa— ¡Justo ahí!

Estiré el cuello y vi a qué se refería. Empotrada en medio de la cerca había una puerta de hierro forjado negro. Cuanto más nos acercábamos, más parecía crecer. No era solo una impresión mía: era una puerta colosal. Y no estaba allí para adornar, sino para ahuyentar a cualquiera que tuviera idea de abrirla.

Paré el auto delante de ella e intenté mirar entre los barrotes, pero solo vi más árboles. El terreno parecía descender bruscamente a lo lejos, pero por más que estiré el cuello no pude ver lo que había más allá.

—¿No es hermoso? —su voz era alegre, llena de luz, y por un momento pareció la de antes. Sentí que su mano se deslizaba en la mía y la apreté todo lo que me atreví—Es la entrada a la Mansión Eden.

—Parece... grande.—dije, mostrando todo el entusiasmo que pude, pero no tuve mucho éxito— ¿Alguna vez has entrado?

Era una pregunta inocente, pero la mirada que ella me dio me hizo sentir como si la respuesta fuera bastante obvia, que incluso aunque nunca hubiese escuchado de este lugar, debía ser muy obvio. Un momento después pestañeó y desapareció aquella mirada.

GODDESS | JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora