3. El río

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Mi última esperanza era que a Irene se le olvidara ir a buscarme, pero cuando a las siete y cinco salí al porche de mala gana, vi un enorme Range Rover aparcado frente a la casa. A su lado, mi coche parecía de juguete. Había ido a ver cómo estaba mi madre antes de salir, pero seguía durmiendo y en lugar de dejar que la despertara para despedirme, Sofía me había ahuyentado de allí. Cuando salí por fin, yo no estaba muy feliz.

—¡Jennie! —chilló cuando abrí la puerta del copiloto, sin reparar en mi mal humor—Cuánto me alegro de que vengas. Lo tuyo no es contagioso, ¿verdad?

Subí con esfuerzo y me abroché el cinturón de seguridad.

—No estoy enferma.

—¡Menos mal! —dijo Irene—, tienes mucha suerte de que tu madre te deje escaparte.

Cerré los puños y no dije nada. Suerte no era la palabra que mejor lo describía.

—Te va a encantar esta noche.—añadió sin molestarse en mirar por el retrovisor cuando salió en reversa— Viene todo el mundo, así que vas a conocer a un montón de gente.

—¿Kai también viene? —me armé de valor cuando pisó a fondo el acelerador y el Range Rover salió disparado hacia delante, llevándose consigo mi estómago.

Por una fracción de segundo, Irene parecía tan disgustada por el pensamiento de Kai apareciendo en su fiesta, que casi retiro mi pregunta, pero la mirada se fue tan pronto como llegó.

—Kai no está invitado.

—Oh.—preferí dejar el tema. De todos modos, no esperaba que fuera a la fiesta; a fin de cuentas, Irene y él no se movían en los mismos círculos— ¿Seulgi sí viene?

—Claro.—Su alegre voz sonó tan falsa como sus uñas, y cuando me miró a través de la tenue luz del coche, vi un destello de algo en sus ojos. Ira, tal vez, envidia o celos.

—No me interesa Seulgi.—dije por si aún no había captado el mensaje.

—Lo sé.— pero la manera en que ella se negó a mirarme decía mucho, y suspiré. No debería importarme, pero en Nueva York había visto a un montón de chicos y chicas aprovechándose de sus parejas mientras se veían con otra persona por detrás. Nunca terminaba bien. No importaba cuantas veces pasara. No importaba cuanto me odiara Irene, ella no merecía eso.

—¿Por qué estás con ella, de todos modos?

Pareció sorprendida un instante.

—Porque es Seulgi.—contestó como si fuera evidente— Es hermosa, lista y es la capitana del equipo de animadoras. ¿Por qué no iba a querer estar con ella?

—Bueno, no sé.—dije— Porque es una tonta que seguramente solo sale contigo porque eres guapísima y casi seguro que también eres del equipo de animadoras.

Resopló.

—Soy la co-capitana del equipo, además de la capitana del equipo de natación.

—Exacto.

Irene giró el volante, y los neumáticos chirriaron contra el pavimento cuando el auto giró bruscamente. La imagen de una vaca en medio del camino pasó por mi mente, y apreté los ojos cerrados, rezando silenciosamente

—Hemos estado juntas por años.—dijo Irene— Y no pienso dejarla porque una chica que se cree mejor que nosotras venga a decirme que soy una estúpida.

—No me creo mejor que tú.—contesté, molesta— Pero no he venido aquí a hacer amigos.

Se quedó callada mientras avanzábamos a través de la oscuridad. Al principio pensé que no iba a decir nada, pero cuando volvió a hablar, un minuto después, su voz sonó tan débil que tuve que esforzarme para oírla.

GODDESS | JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora