El pasaje se extendía ante Bárbara, que llevaba un rato con la mirada perdida sobre el estanque y sus carpas doradas, y se perdía tras la figura de su hermana Jean. Junto a ella caminaba otra mujer, Ninguang, máxima autoridad en Liyue, a la que habían ido a visitar por una cuestión de negocios.
A la diaconisa le había sorprendido lo joven que era en proporción al gran rango que ostentaba.
«No como tú. Tú cantas para aliviar el dolor de la gente, pero no lo consigues».
Con una punzada de dolor en el corazón, tensó la mandíbula y procuró sonreír para recibir a su hermana mayor. La escuchó despedirse de Ninguang y pronto la tuvo al lado.
—¿Cómo ha ido, Jean?
Se encaminaron hacia la posada donde se alojaban.
—Tengo la sensación, Babs, de que nuestras diferencias culturales van a hacer de este contrato un auténtico quebradero de cabeza —murmuró la caballera. Parecía muy cansada—. Necesito mucho tiempo y, para colmo, la agenda de esta mujer es interminable: reuniones, galas, eventos... Voy contrarreloj.
Bárbara abrió la boca para ofrecerle consuelo a Jean, pero se interrumpió: ¿qué podía hacer por ella? ¿Cantar? Eso no la ayudaría a descansar ni a cerrar la ruta comercial para los caballeros de Favonius.
De hecho comenzaba a pensar que su canto no servía para nada.
«No eres capaz de hacer nada por a nadie», le dijo una vez más aquella vocecita que solía acosarla en los peores momentos.
Sintió que se empequeñecía. Ella no ostentaba un título como el de su hermana, la gran maestra intendente de los caballeros de Favonius. Tampoco llegaría a ser nunca como Ninguang, el equilibrio celestial de las siete estrellas y líder de Liyue.
—¿Ocurre algo? Estás muy callada, Babs.
—No, solo... es el cansancio —improvisó la cantante.
Se detuvieron en la puerta de la posada.
—Entonces no te entretengo más. Ve a dormir, yo también lo necesito.
—Sí, sí —convino la más joven, quizá demasiado rápido.
Jean le besó la frente y desapareció en el interior del edificio. Bárbara apoyó la espalda contra la pared. Se quedó mirando la calle notando ese escozor en los ojos que anticipa el llanto.
Así había estado unos minutos atrás frente al pasaje bordeado de estanques.
Fue entonces cuando una figura se alzó sobre la barandilla del negocio cerrado en la acera de en frente. Un estruendo melódico seguido de un grito enérgico sobresaltó a la diaconisa. Varias personas salieron de la nada, y otras tantas que hasta entonces parecían pasear convergieron allí a toda prisa.
Se formó una pequeña muchedumbre.
—¡Empecemos el concierto de esta noche! ¡Rock and roll! —chilló la figura.
La música que siguió a sus palabras estaba llena de una pasión y una fuerza bruta que aturdieron a Bárbara por completo. Las lágrimas que había estado conteniendo no llegaron a brotar, y sus pies se acercaron casi solos.
Aquello no se parecía en nada ni a los bardos ni a su propio canto.
—¿Qué es esto? ¿Quién es esta chica? —le preguntó al montón de personas que la rodeaba.
El estruendo de la música ocultaba su voz, pero la cantante de Mondstadt no se había ganado su carrera como ídolo radiante sin aprender un par de cosas sobre su propio instrumento. Se apoyó en el diafragma para ganar volumen y ganar proyección... y consiguió que sus preguntas fuesen audibles.
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Canciones escritas en piedra [Genshin Impact]
Fanfiction[XinyanxBárbara], [JeanxLisa] y [JeanxLisaxNinguang]. Jean viaja a Liyue para negociar con Ninguang y lleva consigo a su hermana Bárbara. Bárbara, que no atraviesa su mejor momento, presencia por casualidad un concierto de rock and roll de Xinyan y...