Parte única.

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Ideando la fuga

El joven de cabello rizado caminaba enojado por las calles de Santos, en Brasil, chocando con una numerosa cantidad de personas, quienes lo miraron mal, aunque él ni se inmutó. Estaba siendo seguido por su amigo, quién hacía lo posible para no perderlo de vista.

—¡Ricardo, calmate! ¡Esperame!

—¡No, Beto! ¡¿No entendés que la banda está para la mierda?! ¡Todo está para la mierda!

— ¡Pero con armar una escenita en la pensión y después irte como un boludo no hacés nada!  ¡No seas pelotudo Ricardo!—Le gritó Beto, agarrándolo del hombro, para que dejara de caminar.

Ricardo suspiró, deteniendo su paso.

Iorio había tenido una fuerte discusión con sus compañeros de banda, Civile y Rowek. Su maravillosa idea había sido irse de la pensión en plena noche de Sábado, idea que brotó de su cabeza al ser consumido por la cólera, claro.

Beto los oía discutir desde el baño, y sabía que su amigo iba a enojarse.

Es por eso que, cuando escuchó un portazo en aquella destartalada habitación número “47”, lugar donde él y el resto de la banda se hospedaban, supo de inmediato que se trataba de Ricardo.

No lo pensó dos veces, y caminó  rápidamente hacía la puerta, con intenciones de seguirlo. Sentía la mirada de los demás compañeros de banda clavarse duramente sobre su espalda.

— ¿Lo vas a defender vos? ¿En serio?—Preguntó Civile, con enojo, justo en el instante en el cual el ojiazul tomaba el picaporte.

—Sí Beto, ¿No te das cuenta de que Ricardo es un pelotudo? ¡Es un egoísta de mierda que solo piensa en él!—Acotó Rowek.

Ignoró aquellos comentarios y fue tras su amigo.

Sin embargo, Civile y Rowek tenían razón en algunas cosas. Ricardo no era la persona más empática del mundo, ni mucho menos la más amable.

La mayoría de las veces era demasiado orgulloso e irritable, cosa que hacía que los demás acaben con la paciencia agotada, y mucho más en aquellos tiempos complicados para la banda.

Sin embargo, Beto se había encariñado con él, se habían vuelto grandes amigos.

Había aprendido a quererlo con todos sus defectos, y a comprender algunos de ellos también.

Además, Ricardo no lo trataba mal, porque, aunque no lo admitiese en voz alta, el morocho quería demasiado a aquel chico de ojos claros.

Después de todo, ¿Quién sería tan idiota como para maltratar a la única persona que parece comprenderte?

Beto salió de aquella pensión con todo lo que le dieron sus piernas, y apenas vió la larga y negra cabellera rizada de su amigo entre la gran cantidad de personas, se dispuso a seguirlo. Y, así, había logrado hacerlo entrar en razón.

— No importa, ya está... —Respondió, más calmado Ricardo.—Vení, vamos, acompañame a algún bar de por acá...—Propuso, y sin siquiera dejar que su amigo decida, lo tomó del brazo para que lo siga a donde él.

— Pará loco, ¿Adónde vamos? —Preguntó Beto, al no tener ni la más mínima idea de donde estaban.

— Mirá, este parece copado...— Respondió Ricardo, ignorando la pregunta de su amigo, mientras entraban a un bar que, a simple vista, se veía descuidado y abandonado.

Al entrar, el morocho se dirigió directamente a la barra, la cual estaba llena de gente a su alrededor.

Ricardo se acercó al barman, con su característica confianza, y le habló.

Ideando la fuga.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora