Una vez había un arroyo que pasaba por un verde bosque, el arroyo era estrecho y con poco caudal y nacía de un manantial del que nacían varios arroyos más. Esos arroyos eran más grandes y transportaban más agua que el pequeño y poco hondo. Había también por los alrededores, un hermoso colibrí, sus plumas eran azules y naranjas y brillaban más que todas las estrellas del firmamento. Pero el colibrí no de veía así, él se veía reflejado en los arroyos y veía una masa blanca y negra deforme con plumas horribles.
El arroyo siempre admiraba al colibrí, lo veía el ser más hermoso q el universo podía haber creado. El resto de arroyos, al igual que el más estrecho, se dieron cuenta del problema del colibrí y quisieron ayudarle todo lo q pudieron, siempre que el colibrí iba a beber y se miraba en su superficie transparente, los arroyos le susurraban cumplidos. Le decían que era lo más bello del bosque. Todos los arroyos lo hacían con buena intención pero al arroyo menos caudaloso le movía además otro sentimiento, lo notaba en el acelero de su corriente cada que el colibrí iba a beber. El arroyo más pequeño quería que el colibrí se viera cómo él le veía, algo tan tan perfecto que ni la mente humana sería capaz de imaginar.
Para su mala suerte, el colibrí sólo escuchaba los susurros de los otros ríos, e iba a beber más en forma de agradecimiento. Quién sabe por qué, no escuchaba los del arroyo con menos agua, quizá no eran tan fuertes pero si más profundos y el arroyo los sacaba desde lo más dentro de su ser.
El arroyo se daba cuenta de ésto y estaba furioso, quería desbordarse, quería formar olas, quería hacer algo para captar la atención del colibrí quería hacerle saber q nadie le veía tan divino y irreal como él, que era lo más hermoso que sus gotas podrían llegar a ver nunca.
Hasta que un día, el colibrí dejó de beber en el agua del arroyo más pequeño, nunca llegó a escucharlo. El arroyo, ante esto, poco a poco se fue secando hasta que ya, lo que fue el pequeño y enamorado arroyo no era más que un surco en la tierra.
