II

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Mañana cumplo 18 años, mañana seré mayor de edad. Despierto con esa idea en la cabeza, "¿Qué haré ahora que voy a ser libre?"-pienso. -"Ya no dependeré de mi padre, ya no importa lo que diga". Abro los ojos y veo mi habitación, percibo los colores de mi cuarto: El azul cielo de la pared, el rosa pálido de las sábanas decoradas con los dibujos en blanco de algunos conejitos, no entiendo porque mi padre se niega a dejar de ponerme esas sábanas, son muy infantiles para mí, el marrón oscuro de los muebles y el amarillo matutino del sol.

Me levanto entre bostezos con pocas ganas de asistir a clase, me froto los ojos y me dirijo al baño. Me sitúo delante del espejo y me coloco el pelo detrás de las orejas.
Puedo ver en el espejo unas grandes ojeras bajo mis pupilas azules, siempre me han dicho que tengo unos bonitos ojos, aunque a mi nunca me han acabado de agradar. Paso mi mano lentamente sobre mis mejillas llenas de pecas, lo que me produce un escalofrío.
Abro el grifo y coloco mis manos debajo de él a modo de cuenco, lanzo bruscamente sobre mi cara el agua que ha caído en mis manos. Siento cada gota de agua acariciando mi piel y penetrándola. Levanto la vista y me vuelvo a mirar en el espejo. Me seco mi pelo negro carbón con la primera toalla que encuentro y paso repetidamente el cepillo sobre mi pelo, no necesito alisarlo, ya es así de natural, solo lo hago por aburrimiento.
Voy al armario y elijo la ropa que me pondré hoy para ir al colegio: una camiseta blanca con un estampado de colores y un gran escote que resalta mis grandes pechos, una falda azul que cubrirá parte de mis estilizadas piernas y una rebeca para protegerme del frío. Me calzo mis pies pequeños con unos zapatos azules con un pequeño tacón, suelo ponerme tacones para parecer más alta ya que estoy bastante por debajo de la media en estatura.

Recorro el tramo de pasillo entre mi habitación y la cocina. Abro la nevera y encuentro una botella de leche casi vacía, me la acabo de un trago y como un plátano para acompañar la bebida. Cierro de un golpe la nevera, el sonido de la puerta despierta a mi padre que permanecía dormido.

Rápidamente se levanta y corre hacia mi posición, se para debajo de la puerta de la cocina, sus expresiones hacen denotar su enfado. Su largo pelo rubio le cae hacía los lados, nunca le ha quedado bien el peinado, pero no he conseguido reunir el valor suficiente para decírselo. Tiene una gran frente y una nariz aguileña, no me parezco en nada físicamente a él, solo he heredado sus ojos azules. De joven mi padre era un mujeriego, pero mi madre le robó el corazón y se entregó en cuerpo y alma a ella, por eso fue tan dura para él su muerte. Desde entonces desahoga sus penas en el vaso de whisky o de ron y desata su furia contra mí. Todos los días de mi vida han sido iguales estos últimos cuatro años, una tortura injustificada, ahora empezará posiblemente la de hoy:

- ¡¿A qué se debe tanto ruido a estas horas de la mañana?! -exclama enfadado.
- Lo siento padre, estaba desayunamdo para ir a clase. -contesté.
- ¿Ir a clase? ¡¿Ya?! ¿Qué hora es?
- Las siete y media padre.
- Ahh... pensé que era más pronto, de todos modos, ¡¿no pensabas avisarme de que te ibas?! ¡Si no llego a despertarme ni me hubiera enterado!
- Iba a hacerlo ahora, pero ya no hace falta. -mentí.
- Sí, igual que todos los días que me he despertado solo sin saber donde estabas.
- Quizá si fueras más amable... - pensé.

Sin embargo, simplemente me despedí de él con un seco "Adiós".

Rápidamente vuelvo a mi cuarto a por mi mochila y coloco sobre mis hombros sendas asas.
Con el mal sabor de boca y el enfado en mente cierro la puerta de casa de un brusco golpe que probablemente mosqueará a mi padre.

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⏰ Última actualización: Feb 07, 2015 ⏰

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