CAPÍTULO 1: Un día normal y corriente

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El final del día solía dejarme siempre una especie de sensación de vacío justo en la boca del estómago. Como si no lo hubiera aprovechado lo suficiente. Supongo que, hoy en día, a los jóvenes nos ponen tanta presión encima con ser relevantes, con que nuestra vida tenga mil significados y deje huella, que si no has salvado el mundo al menos un par de veces, rescatado tres gatitos y hecho la declaración de la renta (tres ejemplos clarísimos de heroicidades modernas), tu día no ha valido para nada y bien podías haberte quedado en la cama como el deshecho social que eres.

También hay que decir que hablar con mi madre, tradición de cada martes, no estaba ayudando a mejorar para nada la situación. Si hay cosas que me desesperan a muerte, hablar con mi madre las encabeza a todas. Y a mí me trae de cabeza, ya de paso.

—Mamá, creo que ya soy mayorcita para tomar mis propias decisiones —farfullé, poniéndome la mano libre sobre los ojos cerrados, intentando no estampar el teléfono contra el suelo.

—Yo no te estoy diciendo lo contrario —dijo la voz tranquilizadora de mi señora madre—. Solo comento que me parece demasiado pronto para ponerte a vivir con tu novio. Que lleváis como cuatro meses.

—Llevamos un año y medio, mamá. ¿No te acuerdas que vino en Navidad y todo? El chico que estaba incomodísimo, ¿recuerdas? Ese era Roberto, fíjate.

—Ay, hija, yo qué sé. Es que el tiempo vuela y tú tienes muchos novios.

«¿Me acaba de llamar fresca mi propia madre?» pensé, frunciendo los labios para intentar no decir ninguna barbaridad.

—El caso es que estamos genial, mamá. Es el amor de mi vida. Y si él se queda sin piso porque su casero es un imbécil que lo quiere alquilar como vivienda vacacional, y encima yo en el mío no estoy contenta, no me parece que vaya a haber mejor momento para irnos a vivir juntos. Además, que no sé qué más os da, si aún encima este os sale más barato.

—Pues nos da, nos da— insistió mi madre, y pude percibir en su tono que iba a seguir poniendo todas las trabas que se le fueran ocurriendo—. Obviamente no te vamos a obligar a vivir en ningún sitio, pero mientras estés bajo nuestro techo...

—No estoy bajo vuestro techo.

—Es nuestro si lo pagamos nosotros.

Resoplé, ya sin poder contenerme.

—Bueno, mamá, hablamos mañana que vamos a acabar discutiendo. Y llevo un día que lo que menos me apetece es discutir.

—Pues nada, hija, tú siempre igual, con rabietas. Cuando se te pase, me llamas. Te quiero.

—Y yo a ti— refunfuñé, pulsando el botón que colgaba la llamada.

Me tomé un momento para darme cuenta de dónde estaba. Normalmente, cuando hablaba por teléfono, me despistaba tanto caminando que acababa mucho más lejos de mi casa de lo que había empezado. Esta vez, haciendo el recuento de daños, no fue para tanto. Apenas unas manzanas y me coloqué de nuevo en el portal de mi casa. Busqué las llaves en los bolsillos de mi americana mientras pensaba en que realmente, todo lo que le había argumentado a mi madre era un conjunto de verdades a medias. A Roberto no le echaban del piso, se lo pretendían subir de precio, en una maniobra que estaba ganando popularidad entre los propietarios de viviendas en Madrid. Por supuesto, él se negaba a aceptar pagar aún más por el zulo en el que vivía. Y yo no es que fuera desdichada en el piso que compartía con otras tres personas, sino que percibía que pronto lo sería. Esto era porque dos de mis compañeros de piso, Sergei y Juan, se habían enrollado y ya se podían percibir los primeros roces. Yo a ellos les quería mucho y todo eso, pero lo que tenía claro es que, analizando los caracteres de ambos, cualquier cosa que saliera mal en aquella relación — si es que lo acababa siendo— iba a desembocar en una batalla campal de la que el propio piso sería testigo. Puede que Carmela, mi otra compañera, pudiera soportarlo, pero yo no. Ella es que era muy zen y esas cosas. De esas que meditan y todo. Yo una vez intenté meditar y fue la mejor siesta de mi vida, eso lo tengo que confesar.

La novia del Elegido // COMPLETA (Novela corta)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora