Vara de bambú

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Un día, Shen Qingqiu mató varios pájaros de un tiro.

Desde que fue transmigrado en esta posición, jugar a tener poder siempre le trajo comodidades. Era teatral y se sentía bien. Actuar genial era ser genial. Por otro lado, no sabía mucho sobre enseñar.

Y Luo Binghe era alguien que necesitaba ser disciplinado.

Fue entonces cuando, paseando entre los bambúes que su pareja había plantado en la residencia en el mundo demoníaco, se le ocurrió.

No lo hizo enseguida, sino lo contrario: lo negó. Pero cada vez que lo veía de reojo, la idea se empezó a deslizar en su cabeza, así como el comportamiento de Luo Binghe era cada vez más demandante en la cama.

Terminó arrancando la vara de bambú que más se parecía a una de aquellas que se utilizaban en los videos pornográficos que una vez vio en su otra vida. Tragó los nervios que tenía atorados en la garganta, probando un golpe en su propia mano, la cual quedó cruzada por una línea rojiza. Su cabeza no evitó pensar en el trasero de su discípulo favorito, en él mismo mandoneando, en distintos posibles resultados; y tomó una decisión.

Esa misma noche, Luo Binghe lo estaba esperando sentado en la cama. Si fuera un canino, Shen Qingqiu estaba seguro que vería la cola agitándose de un lado para el otro, peluda y contenta. Tenía esa sonrisa que le derretía el corazón y la ansiedad de dormir con él que jamás parecía quitársele, como si no hubiera estado durmiendo con su Shizun los últimos meses.

—Binghe —le dijo con una voz suave y tranquila—. Quiero probar algo hoy.

—Lo que Shizun desee —respondió enseguida con condescendencia,ladeando su cabeza para ver qué escondía en su espalda.

—Está bien. Necesito que me prometas que si duele mucho o no te sientes cómodo, le dirás a tu Shizun de inmediato.

¿Por qué le sorprendía la expresión de excitación en su rostro? Seguía olvidando que, definitivamente, Luo Binghe era un masoquista.

Shen Qingqiu quería decirle que se pusiera en cuatro o con el culo al aire, pero tales palabras no le salían. No era tan vulgar, así que tomó la vara en su mano izquierda y con la derecha, fue indicándole cómo acostarse mientras él aguardaba parado al lado de la cama.

Su discípulo era preceptivo y captó la posición rápidamente. Se quitó la ropa en un parpadeo y se acomodó como Shen quería. Parecía que en cualquier momento alguno de los dos se arrepentiría sólo para lanzarse a su boca y olvidarse del mundo a besos, pero Shen realmente quería probar esto. Se contuvo de atacar su cara con besos y observó su ansiedad, jugando un poco con las miradas y la espera.

Cuando Luo Binghe abrió la boca para quejarse, el sonido de la vara de bambú rompiendo el aire lo calló, sintiendo su consiguiente golpe en la piel. Shen Qingqiu no pudo reprimir la sonrisa al ver cómo el cuerpo saltó suavemente de la sorpresa, junto con la hermosa línea rojiza sobre uno de los redondos cachetes perfectos del protagonista.

—Voy a ir un poquito más fuerte cada vez. Si no puedes soportarlo, vas a decir mi nombre; si no necesitas detenerme, entonces no hables. Si no obedeces o si lloras, iré a hacerme un té y no volveré hasta que estés durmiendo.

Los expresivos ojos de Luo Binghe se abrieron de par en par, mostrando tantas emociones que no pudo captarlas todas. Pudo vislumbrar la perversión, el asombro y cierta molestia. Sabía que ninguno de los dos estaba acostumbrado al desbalance de poder, mucho menos si el gran rey de los demonios era el que se quedaba con la desventaja. Eso llenó a Shen Qingqiu de un orgullo extraño, apretando el bambú con más ganas en su puño.

Volvió a impactar la vara, esta vez aplicando más presión, cumpliendo sus palabras. La amenaza surtió resultado, porque Binghe tenía los labios apretados, tratando de contener los sonidos. A pesar de haberle dicho que se callara, un deseo de arrebatarle los gemidos empezó a crecer suciamente en su cabeza. ¿Cuándo se había vuelto tan indecente?

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