Que levante la mano aquel que haya experimentado el placer y tenga suficiente con una vez.
Exacto, nadie se atreve a levantar la mano.
Porque nadie que experimente tal gusto puede quedar satisfecho. Incluso llega a ser una droga, si es tan explosivo y extenuante.
Si la otra persona hace un papel magistral en el juego de dos.
Regresé a Cáncer dos veces más, yéndome como había llegado. Sola, resignada, esperando por una nueva oportunidad que no llegaba. La primera vez su guardián estaba de misión, y cuando supe de él, me contaron que había llegado a su templo con un ramo de girasoles frescos, que tenía las mejillas rojas de vergüenza y que ese ramo era el segundo, habiendo deshecho el primero debido a su brusquedad. La segunda vez quise sorprenderlo, y me tomé la libertad de utilizar su cocina para prepararle una cena sencilla, pero no llegó tampoco a casa, y terminé por llevarme la comida a mi pequeña cabaña, donde cené decepcionada. Nadie lo había visto en el Santuario, y me pregunté si volvía a tener algo urgente que hacer.
Por unos días llegué a pensar que me había usado, encandilándome con palabras bonitas, con cumplidos y toques seductores, teniéndome para él y su lujuria cuanto tiempo quisiera, y aunque quise odiarlo, fue un pensamiento que cruzó un segundo por mi mente y desapareció. La verdad, sea dicha, es que si él me había utilizado para su placer, yo había hecho lo mismo. No nos unía más que un gran deseo, y darme cuenta de eso liberó el estrés que comenzaba a treparse en mis hombros. Quizá con aquella vez había tenido suficiente de mí. Una separación limpia, un corte perfecto y cada quién de vuelta a sus vidas. Incluso quise preguntarle al Patriarca si lo había enviado de misión, un poco peleando conmigo misma y mi necedad, pero al final no averigüé nada, volviendo a mis días de entrenamiento y soledad.
Ni siquiera en esos días pude dejar de pensar en Deathmask.
Una noche, harta de la soledad y de mi sobriedad salí a uno de los bares de Rodorio, pidiendo cerveza y vino blanco; combinación fatal si se toma cual agua para el sediento, pero mi fastidio era tal que apenas sentía una leve oleada de mareo. Terminé por pagar la botella de vino, pedir otros dos tarros y salir del bar con un extraño enojo que me hizo gritarle a extraños y conocidos durante mi regreso a casa. ¿Por qué me sentía así? Era algo desconocido. Quizá el alcohol me había ayudado a aflorar sentimientos raros. No albergaba resentimiento ni furia contra nadie, pero aquella noche estaba enojada, y me dormí así, con la ropa de salir en mi cama, despertando al día siguiente con tal pereza que tuve que salir corriendo de casa hacia el entrenamiento, con la máscara en mi rostro ocultando mi expresión desencajada.
Por una vez, agradecí el uso de las máscaras.
Las chicas del entrenamiento aquel día parecían enérgicas, quizá de verme distraída, y aprovecharon para regresarme algunos porrazos que suelo propinarles, dejándome la espalda tan golpeada que estuve segura de que tendría una serie de cardenales en un par de horas. Mis brazos estaban magullados, y mi ser entero cubierto de tierra y heridas pequeñas, consecuencias de mi distracción. A pesar de mi lamentable estado, mi único pensamiento fue preguntar qué haría aquel día, y tras resignarme al pensar en uno de los libros que me esperaba en casa, las despedí a todas, sacudiendo mi ropa, acomodando los enseres de entrenamiento en su lugar y preparándome a pasar una aburrida tarde solitaria.
Cobrita, ¿dónde andas?
Escuchar el llamado cósmico sorpresivo me detuvo, poniendo alerta todas mis terminales nerviosas. Bajo la máscara, una tonta sonrisa se dibujó, y fuera de ella me estiré, enfriando mis brazos tras el entrenamiento.
Cavaliere mio?
Hola, fanciulla, ¿estás ocupada?
Justo voy terminando el entreno. ¿Estás cerca?
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Sobre secretos y emociones.
FanficSoy una de las mejores guerreras de plata del Santuario. Ya sé todas las cosas que se dicen de mí, de mi carácter pesado y mi antipatía por todos. Me basto yo sola para estar tranquila, beber sin problemas y llevar mi vida como me da la gana. ¿Quiz...