Piloto ~ Sobre el pasado, quejas y otro corazón.

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¿Que no soy femenina?

Es la estupidez más grande que estoy harta de escuchar.   

Soy una guerrera, una Amazona de Plata dedicada al cuidado y protección de nuestra diosa en el Santuario, Atenea. Soy una guardiana, encargada del entrenamiento de los nuevos reclutas, de la protección del Patriarca y de espiar cualquier actividad inusual dentro de los límites del sagrado lugar. ¿Y siguen creyendo que soy menos mujer por hacer mejor su trabajo y ensuciarme incluso el cuerpo de tierra cuando no queda otra opción? ¡Que les jodan! ¡Que Hades se los lleve, a todos y cada uno de esos ineptos! No necesito que me digan las cosas que debería hacer por llevar tacones, o lo que debería usar para lucir la figura que poseo. 

No necesito que nadie diga una sola palabra sobre mi persona. 

El Patriarca ha estado ocupado, con actividades, cosas importantes que revisar y yo apenas he estado a su lado, intentando llevar los entrenamientos a un ritmo constante. Las nuevas guerreras prometen poco, sea ya por su juventud o por su temor natural hacia mí. ¡La gran Shaina de Ofiuco!, susurran entre ella creyendo que yo no las escucho. ¡La entrenadora de Cassios! ¡La compañera de armas de la sorprendente Marín de Águila! La guerrera de bella figura y carácter estricto. Que si nos escucha nos va a golpear, ya cállate. Seguro que lo único que tiene de femenino es su cuerpo, porque bajo la máscara nada bello podrías encontrar.  

¿Que no soy femenina?   

¡Por supuesto que no lo soy!  

¿Por qué me importaría salir por las noches a Rodorio, despojarme de mi máscara y fingir que me siento cómoda con un vestido corto? ¿Por qué debería enseñar las piernas, torneadas y cicatrizadas de tantos años peleando, rodeadas por medias de encaje y ligueros de seda? ¿Por qué debería pensar siquiera en maquillarme? Las sensaciones del maquillaje sobre el rostro me causan escalofríos, no digamos sentir los labios pegajosos por algún labial. Peinarme ya es un fastidio, así que dejo el cabello libre, al ritmo que guste danzar con el viento. ¿Que si se esponja? ¡Qué me importa! No me interesa tenerlo suave o sedoso, aunque lo cierto es que para eso, solo ya se las arregla. ¿Que si no me apresuro no conseguiré una pareja? Recuerdo que la última persona que se atrevió a decir eso frente a mí se ganó una buena fractura en un brazo.  

Familia y retiro son dos cosas que no me pasan por la cabeza ni de coña.  

Mi único deber, como los guerreros del norte, es haber servido bien a mi diosa y morir en alguna gloriosa batalla, llevándome de frente a la mayor cantidad de enemigos. No me interesa pensar en algo más, y eso me llevó al final a cerrarme ante cualquier situación donde el corazón deba asomarse. Han llegado, uno que otro inepto, a pedirme alguna cita, o una salida privada, y al final he terminado volviendo a mi cabaña con el coraje elevado y el fastidio de quien se aburre antes de la primera media hora después de un 'hola'. 

Quizá por eso el único hombre que pudo estar medianamente cerca de mí era Cassios, aquel hombretón ancho que siempre me miraba embelesado pero en silencio. Ese guerrero sin una oreja que siempre era atento pero jamás invadía el punto necesario para comenzar a evitarlo. Aquel hombre lleno de amor y sentimientos dulces hacia mí, guardados para siempre detrás de su fachada de alumno. Lo único que lamenté al saber de su muerte fue negarle corresponder todas las emociones de su alma. Yo jamás lo amé, pero lo respetaba como mi aprendiz. Jamás habría correspondido sus sentimientos, pero los aceptaba, en ese silencio que nadie más logró entender. 

Y se fue, y la soledad volvió, más dura que antes. 

Venganza contra Seiya, salvar a Seiya, perdones miles a Seiya... Fue mi turno de entender por completo los sentimientos de Cassios. Ahí estaba él, mirándome desde el fondo, seguramente odiando a ese mocoso por ignorar a la mujer que lo adoraba. Queriendo gritarle cosas por dejar que se atravesara entre el relámpago, entre la flecha y su cuerpo. Molerlo hasta el final por dirigirle toda la atención a la Diosa compasiva que ama a todos los mortales y no a una simple guerrera que quiere entregarse a uno. Pero al final, después de noches eternas de preguntas inútiles y algunas lágrimas, me entregué por completo a mi deber y me cerré a los sentimientos. Me despedí de Seiya en silencio, pedí perdón a Cassios sabiendo que él ahora podría ver mi rostro, y me pegué la máscara decidida a jamás quitarla de su lugar correspondiente.   

Convertí a la soledad en mi mejor amiga.  

Hasta que, claro, el Santuario volvió a actuar de forma impredecible.  

Fue la cerveza de barril, estoy segura. Soy una gran bebedora, aunque sigo sin estar segura de si presumirlo es una buena idea. Pero fue el haberla tomado demasiado rápido, o haberlo visto demasiado a los ojos. Una invitación se acepta o se niega por cortesía, pero el desparpajo con que fue hecha me bloqueó ligeramente. ¿Cómo negarse a tal sugerencia? La sonrisa y el compañerismo de ser protectores de Atenea pudieron más. Soy una guerrera, es cierto, pero soy humana. Y ciertos instintos afloran con el alcohol demasiado rápido. Incluso ahora sigo sin saber si lo deseaba desde el principio o sólo dejé a mi cuerpo hablar en el momento preciso. No me decido. Si desde antes quería tenerlo frente a mí, enhiesto y jadeando, o fue una idea que salió conforme los barriles se vaciaban.  

La ida a la taberna fue una sugerencia hecha con ánimo de llevar la fiesta larga, pero la verdad es que no quise separarme de él desde el segundo tarro. El cabello le bailaba, grisáceo pero luminoso, con cada afirmación hecha con cinismo o descaro. Cuando las palabras ajenas mordaces iban dirigidas a mí, salía en mi defensa con una actitud desinteresada pero firme. Saga nos había acompañado aquella tarde, pero más de una vez se vio obligado a cerrar la boca al hablar por hablar. No habíamos llegado siquiera al atardecer, y los barriles seguían vaciándose en nuestros labios, pero la extraña sensación de euforia ya nos estaba empujando a la coquetería y a las palabras retadoras.   

¿Que si estaba ebria? No, me encontraba normal, si bien un poco festiva. Me sentía alegre por comportarme tal y como me gustaba sin que nadie llegara a decirme que 'una mujer no puede tomar tanta cerveza', o que 'no es bien visto una mujer con un tarro'. Saga bromeó una vez sobre mi estómago sin fondo y calló ante mi réplica, pero el otro hombre se dedicaba simplemente a servir más, a utilizar una pajita, a decirme cosas como 'eres la mujer más hermosa de Europa' mientras sus grises ojos parecían atravesar mi máscara y fijarse en la línea roja que marcaba mis mejillas.  

Al final no supe cómo lo soporté. No supe cómo no le sujeté la mano antes, lo saqué de la taberna y lo llevé a mi cabaña para devorarlo por completo. No he sabido encontrar esa calma que me rodeó al mirar su ensanchada sonrisa, pues ahora sólo pienso en besarlo, morderle los labios con la fiereza propia de una amazona y vaciarlo dentro de mí. 

El alcohol hizo dos milagros esa tarde: el primero fue invitar a Saga al encuentro íntimo que tan buenas sensaciones recuerdo en todo el cuerpo; arriba, enfrente y detrás. El segundo fue hacerme adicta a los claros ojos que me devoraban y me excitaban con su simple avistamiento. Recuerdo que quise pedirle que se pusiera sólo la careta de la armadura y cogerle de ahí, pero deseché la idea. No iba a perder tiempo mientras aún tuviera control de mis acciones. Sí, ambos disfrutaron de mi cuerpo y yo los devoré juntos, jadeando del placer que tanto tiempo me había negado. Pero de ellos, fue uno cuya voz se me quedó enterrada en el fondo de la mente. Uno cuyas palabras desfachatadas pero sinceras me pidieron una nueva cita, esta vez privada. 

¿O me lo imaginé? La verdad no logro recordarlo.

¿Cómo negarme a ello, si el corazón dentro de mis piernas latía de emoción?  

En esos momentos, las pinzas del cangrejo me habían pinchado fuerte, y ya jamás iban a dejarme escapar.

***

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