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La vida de un niño puede darnos un poder tan grande. Si es usado bajo las condiciones deseas... Solo piensa las edades de esos niños... Están buscando al último”

Sus palabras aun resonaban en su mente pero no entendía lo que trataban de decirle, pensó en esos niños sus edades eran diferentes 6 y 9, ¿quién sería el último? No lo sabía, las edades podían variar pero sí es una clase de ritual deben llevar un orden ¿no? Se levantó de su cama, se vistio lo mejor  que pudo, necesitaba consultar al sacerdote. Quizás él tenía conocimiento sobre el arte de lo oscuro o una información útil, por algo era la contraparte de las brujas.

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Cayó con el trasero al suelo, con las palmas de sus manos y con ayuda de sus pies retrocedía ante su hermano. Algo en él le hacía sentir que estaba en peligro. Los pasos firmes del recién llegado avanzaban a la par que retrocedía.

No podía pedir ayuda, sus demás testigos parecían dormir en un profundo sueño. Se detuvo, una segunda presencia tras sus espaldas lo sorprendió.

—Mafumafu— miró de reojo al susodicho, quien su mirada no tenía ni un brillo de vida y de uno de sus brazo la sangre escurría.

—No quería que te enteraras así— volvió su vista a su hermano, su voz no era la suya, sus ojos violetas se habían teñido de rojo, un rojo ya conocido para él.

—¡Déjalo Mafu!— lo tomó de las piernas suplicando por su hermano quien comenzaba a derramar sangre de sus ojos sin dejar de sonreír de esa forma tenebrosa.

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—No soy un experto en eso Senra— detuvo sus palabras un instante —Pero parece que quieren hacer un trato con alguien poderoso... Quizás el último sea un niño que esté por cumplir 6 años.

—¿Tiene que ser varón?— lo vio negar eso aumentaba la dificultad de salvar al infante —Gracias por todo Sakata— el de rojos cabellos sonrió dándole un abrazo junto a unas palabras, al separarse se miraron a los ojos un instante y entre sus ropas el rubio aguardó algo, al verlo partir tuvo que prepararse para su pronta misa rezando de que todo saliera bien.

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Por su hermano haría cualquier cosa, pero no esperaba arrebatar la vida de un desconocido niño, quien dormía profundamente en esa camilla.

—Vamos... Eres doctor ya estás acostumbrado a ver este tipo de escenas.

—Él es inocente... Es no merece morir— lo miró con los ojos rojos aguantando las lágrimas.

—Akatin podrá ser feliz en la otra vida, pero si no amas a tu hermano— chasqueó sus dedos y el cuerpo de Raimu comenzó a moverse de forma rara, su quijada parecía que pronto saldría de su cuerpo ante la manera en que abría su boca deformando su rostro.

—¡Basta! ¡Lo haré!— su hermano regresó a la normalidad al decir esas palabras —Lo haré— sintió el cuerpo de aquel albino cerca suyo.

—Sabía que no me decepcionarías— frotó su mejilla contra su pecho. Luz sólo agachó la mirada ocultando sus ojos bajo sus mechones.

—Mafumafu— él lo miró —Sabes que te quiero ¿verdad? —el albino sonrió asintiendo— acarició su mejilla dedicándole una sonrisa antes de atravesarle su ojo con la misma arma que le había dado para acabar con el niño.

El grito que hizo el albino fue escuchado por todo el pueblo, su mano cubría su nueva herida en vano, su angelical rostro se había bañado en su sangre, miró con rabia al causante de su dolor quien lo observaba en silencio y aun con el arma en su mano, goteando de esta la sangre de él. Sonrió con su mano libre puso una mano frente a él transfiriendo su magia a esa daga. El más alto sintió una fuerza controlar el arma y dirigirla a su garganta, por más que luchara no pudo contra esto y su garganta fue atravesada por esa arma.

—¿Por qué lo hiciste Luz?— se acercó a su cuerpo quitando su daga de su cuello, salpicandose de su sangre. Retiró su mano de su ojo, dejando ver que éste colgaba y acariciaba su mejilla izquierda. —Ni siquiera por esto salvaste a tu querido hermano— miró de reojo al cuerpo de Raimu quien había muerto ya hace tiempo.

Se acercó al niño, pero desparareció en un parpadeo y apareciendo detrás de un curioso dejó escapar su risa.

—No sabía que eras un curioso Hyurno— su rostro se deformó y antes de que éste gritara su cabeza fue arrancada de su cuello, ingresó su mano a su cuerpo retirando algunos órganos que podría usar para tratar su herida después.

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Había recorrido cada pueblo cercano, buscando algo que lo ayudara a detener esto. Solo sabía que él niño elegido había desaparecido, pero al haber avisado a los demas pueblos, sabría que las autoridades se encargarían con las brujas correspondientes a cada lugar.

Seguido de varios, fue en busca de ese demonio.

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Con sus propias manos abrió el cuerpo del niño, y con la daga se ayudó para arrancarle el corazón. Antes de abandonar el lugar miró aquel cuerpo y ante una idea sonrió.

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Habían llegado a una villa escondida entre lo profundo del bosque, los desconocidos sintieron un aura extraña en el lugar y la carencia de ruido le indicaban que algo malo pasaba.

—Separense y vayan con cuidado... algo no está bien— dijo Senra para quedarse solo —¿Dónde estas maldita bruja?

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Miraba con miedo el lugar, se sentía perseguido, escuchó unos pasos y apuntó, pero al verlo suspiró de alivio.

—Disculpe doctor, ¿se encuentra bien? Lamento de lo hace rato— comenzó a acercarse a él —Venimos de tan lejos buscando al parecer una bruja no se si han escuchado de desapariciones y asesinatos... Por cierto soy Ayafuya— sonrió extendiendo su mano al hombre que portaba una bata, pero al verla de cerca vio la sangre que escurría de su cuello —¿Doctor?— retiró su mano de inmediato pero no fue lo suficientemente rápido para salvarse de su ataque.

Sus gritos alertaron a los demas quienes llegaron a donde se habían escuchado.

Pero solo encontraron un cuerpo al parecer de un doctor del lugar y restos de su compañero.

Al parecer la bruja les había ganado.

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En la iglesia de ese pueblo fantasma, se encontraba Senra observando un pictograma de sangre en su suelo, la madera quemada y las velas gastadas le indicaban que habían llegado tarde, el trato ya estaba hecho.

De pronto una neblina apareció cubriendo todos los rincones.

Gritos de dolor comenzaron a escucharse por largos segundos para después quedar en silencio de nuevo.

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En una bañera se lavaba su cuerpo con sangre fresca, miraba su rostro con un espejo sonriendo al verse de nuevo con su ojo en su lugar.

—La vida eterna... ¡Es lo mejor!— pataleó en ese líquido rojo pintando su cuerpo de ese color. Se encontraba feliz de cierta forma, agradeció a esos niños que le habían dado ese regalo.

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