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Meses después

La noticia sobre el pequeño Sou, solo recorrió los pueblos cercanos a donde vivía, la creencia de que un demonio o algún a perversa bruja había causado la muerte del menor era tan alta, aunque había unos que creían que algún animal salvaje había asesinado al niño.

Los rumores comenzaron a disminuirse, y en los pueblos más lejanos desconocían aquel suceso.

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Desde una cueva, se encontraba orando de cuclillas en un tenue murmullo, sus ojos estaban en blanco mientras su cuerpo se balanceaba de forma extraña causado que sudara intensamente, de su boca una especie de espuma salía escurriendo por la comisura de sus labios hasta su barbilla hasta caer al suelo donde parecía evaporarse ante un intenso calor.

La poca luz de la luna que se filtraba a la cueva era lo suficiente para su ritual, su cuerpo se desplomó al cabo de unos minutos, ensuciando su rostro con la tierra del lugar.

Sonrió satisfecho, conocía quien sería el siguiente. Se puso de pie, sacudió el polvo de sus ropas. Tomó algunas ramas para limpiar el lugar, mezclando las cenizas que había obtenido de los cementerios con la tierra.

Y una vez listo salió de la húmeda cueva, perdiéndose en la oscuridad de la noche.

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—¡Los niños han comenzado a enfermarse! ¡Debe ser obra del demonio!

—¡No sólo los niños, los cultivos cada vez están peor! ¡De seguro hay una bruja entre nosotros!

—¿Una bruja? ¡Debes estar ciego Nqrse! Alguno de nosotros debió haber hecho un pacto

Los golpes en la mesa pidiendo orden al pueblo se escucharon, poco a poco losgrutos disminuyeron.

—Calma calma señores, se que estamos pasando tiempos difíciles— comentó un albino, quien era hijo del antiguo líder del lugar —Pero no hay que acusarnos de esa manera— sonrió de forma amable —A menos de que estén seguros y de que tengan pruebas— su mirada se endureció un poco, susurros pudieron escucharse después de ese discurso.

—Joven Raimu... ¿Qué debemos hacer?

—Orar mi gente orar por tiempos mejores— al término de la reunión solo quedaron dos en el lugar.

—¿Seguro que sólo orando se puede solucionar todo esto?

—Solo es darles esperanzas Mafumafu... Sino el caos podría surgir y acabar con todo lo que construyeron mis ancestros— le dio unas palmadas en el hombro antes de abandonar el lugar.

—Espero que no exista alguna bruja— no dijo más y también dejó el lugar.

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Caminando por el pueblo, observó la preocupación en el rostro de sus habitantes, no entendía porque Raimu no trataba de buscar una solución un poco más apropiada, sin querer llegó al hospital, la mayoría de los pacientes eran niños mayores de 10 años o que pronto los cumplirían.

Observó al médico que a pesar de su ardua labor, parecía aún fresco.

—¿Cómo están Luz?— el nombrado volteo a verlo, suspiró antes de responderle, frontó el puente de su nariz tratando de dar una explicación.

—No lo sé Mafumafu... Tratamos de hacer todo lo posible, pero cada vez su salud empeora... Temo por su vida Mafumafu— lo miró transmitiendo su impotencia y tristeza al no ser capaz de darle una cura a los infantes.

—No te rindas Luz, ninguno de ustedes, son la esperanza de ellos— un abrazo recibió por parte del doctor.

—Gracias por tus palabras— el albino sonrió acariciando sus suaves cabellos.

Pero no tardó tanto cuando escucharon a una enfermera pedir por ayuda al parecer uno de los niños había comenzado a tener una  convulsión.

—Lo siento, debo irme— no dijo más y salió rumbo a su paciente.

Estando solo miró a los niños que sufrían, agachó la mirada y se fue de ahí.

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Unos golpes a su habitación lo despertaron, tenía miedo puesto que era la tercera noche que escuchaba esos rasguños en la ventana.

Se cubrió el rostro con las sábanas, su cuerpo temblaba ante el crujir de los muebles. Deseaba que pronto amaneciera, sabía que sí huía una vez más de ahí su padre le daría un severo castigo. Era el mayor de sus tres hijos y no tenía el derecho de mostrarse débil.

Susurros esta vez comenzaron a escucharse, no supo cómo sacó aquella valentía y descubriendo su cuerpo salió de su cama hasta asomarse a la ventana donde las cortinas cubrían lo que pronto vería.

Al alejar las cortinas pudo ver al causante de sus desvelos, jadeó de sorpresa, un pequeño gato suplicaba por entrar, parecía morir de frío. Sin dudarlo abrió la ventana tomándolo con cuidado, el pequeño minino ronroneó al sentir el calor de su cuerpo.

—Eres tan ruidoso para ser tan pequeño— bromeó con el gato quien lo miraba con sus peculiares ojos —Mi nombre es Vau, creo que te llamaré Silencio porque apuesto que eres muy ruidoso— el gato maulló y salió de sus brazos para irse a la cama donde se acomodó para dormir —¿Serás mi regalo de cumpleaños?— el gato alzó la mirada observándolo con atención.

Sin decir más se acostó a un lado del pequeño felino, quien lo miraba de forma atenta esperando el tiempo suficiente para que el niño estuviera listo.

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