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—¿Otra vez mordiéndote las uñas, Koo?— La rubia toma sus manos y las acaricia.

—Perdóname, Viana. He estado muy estresado.— Se pasa las manos por el pelo.

—No pasa nada. Sabes que estoy aquí para lo que necesites, ¿no? Descansa.

—Sí. Pero no creo que pueda hoy.

El chico del delineado vuelve su cabeza a los montones de papeles frente al escritorio.

—Hasta que no toques fondo, no te vas a dar cuenta.— Viana desvía su mirada al suelo mientras se sienta en la cama.

—¿Qué?

Viana sonríe con una mueca de desagrado. —No creo que pienses que estudiar y después fumar para desestresarte todo el día todos los días sea bueno. Si lo piensas así, entonces...— Levanta sus hombros con sarcasmo.

—Tampoco serías la más indicada para hablar.

—Lo sé. Pero me importas más tú que yo.

—¿Te acuerdas de la chica de intercambio japonesa? Llegó esta mañana

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—¿Te acuerdas de la chica de intercambio japonesa? Llegó esta mañana.

Cedí a descansar un rato —y no por mi salud mental—, sino por Viana.

—¿Se ha comido a tu familia?

—Ya quisiera.— La rubia rió mientras me golpeaba el hombro.

—¿Cómo es?

—Es muy linda. Parece salida de un manga. Tiene el cabello morado. Creo que se llama Chiaki. Al principio no le entendía, pero se ha ido soltando más.

Viana es tan buena desde el dia que la conocí.

Estaba en el hospital esperando a mi padre, que había ido a hacerse una radiografía.

Ella estaba sentada en uno de los bancos del pasillo de urgencias. Llevaba un vestido blanco ajustado y tenía el maquillaje estropeado; en sus pálidas mejillas adornaba un tono oscuro que se había esfumado al llorar de sus ojos.

La iban a llevar a un centro de rehabilitación. Porque aquel día en el hospital, Viana tuvo una sobredosis.

"Unas pastillas prometían llevarme al cielo, pero fui y volví."

Así me lo describió cuando tuve el valor de preguntarle.

Y una semana me bastó para quedarme prendado de Viana.

Misofonía. Kooktae Donde viven las historias. Descúbrelo ahora