Por mi suerte una patrulla paso, y los ladrones novatos salieron corriendo a pasos torpes en menos de lo que canta un gallo. Me quede tirada abrazando el suelo del oscuro callejon sintiendo un gran dolor en las costillas. Pasaron un par de horas antes de que pudiera reaccionar y levantarme, el frio de alguna manera se sentía acogedor y el silencio me tranquilizaba.
Me levante, y vi el brillo del cascabel tirado a centímetros de mi. No lo alce, capaz me arrepienta luego pero ahora no lo hacia. Retome mi camino a los departamentos y pase por donde había quedado los libros, estaban húmedos por el frio, los recogí y a marcha lenta me fui.
Entre al departamento tire todo con bronca sobre el pequeño sofá de la sala - que manera de empezar un fin de semana- Pensé. Subí la calefacción, me saque la blusa quedando en sujetador frente al espejo de mi habitación y pude ver como dos enormes moretones se iban asomando en mi costado izquierdo. Fui al baño en busca de alguna crema desinflamatoria o algo que simplemente ayudara a calmar el dolor.
— Gracias, “ángel” por salvarme- me queje frente al espejo mientras aplicaba la crema con cuidado – que tonta fui, cuentos de hadas – Reí irónicamente.
En momentos de peligro a veces el cerebro busca encontrar alternativas para no sentir dolor, para creer que es simplemente un sueño. Algunos les brota desde lo más profundo una especie de héroe o como en mi caso, una cobarde.
—Ten cuidado con lo que dices –dijo una voz ronca.
Mire el espejo alarmada y me encontré con la mirada amenazante de alguien que estaba parado detrás de mi, en la oscuridad del lumbral de la puerta de la habitación. Tape mi dorso descubierto con un pulóver que tenia cerca y me di vuelta rápido.
Tenía el cabello tan oscuro como la noche que resaltaba de su piel. El aire se inundo de un olor penetrante a canela mezclada con un poco de miel. Era dulce como la primavera y acogedor como el invierno. Estaba rígido sin mirarme.
— ¿Cómo entraste? ¿Que haces aquí? – apenas podía pronunciar sin tartamudear.
— ¿Y tú que crees? – tiro el collar a mis pies
—Esto es una broma ¿verdad? – mire a ambos lados – Si vienes por dinero te juro que no tengo.
Rio ironicamente ante mi comentario sin abandonar su postura arrogante.Retrocedí unos pasos hasta tocar el espejo con mi espalda.
Me quede callada con el corazón en la garganta deseando que no fuera uno de los tres desgraciados de afuera.
– ¿Dime que haces con el llamador de Rebecca? – no conteste, solo me agache para alzar el collar que él mismo me habia arrojado. – Eso no te pertenece – grito apenas lo toque con mis dedos.
Su grito retumbo por todo el departamento, fue tan fuerte que hizo que tirara el collar de nuevo al suelo y que tambien se me cayerael pulóver. Mis mejillas se ruborizaron al instante, hasta podia sentir como la temperatura del ambiente comenza a elevarse. Él me miro con una sonrisa entre diente, picara, y comenzo a acercarse a paso muy lento. Maldecia por cada idea que se me cruzaba por la mente de lo que podia ocurrir, pero solo alzo ambas cosas del suelo. Miro con seriedad el collar y cerro los puños con fuerzas, luego me tiro el pulover con brusquedad despues de ordenarme con firmeza que me tapara. Nuestras miradas se conectaron por esos escasos minutos, sus ojos eran increiblemente bellos casi tan profundos como el mar. Olia tan dulce, como el chocolate. Pero su expresion era tan dura y fría que no coincidía con lo demás, a los minutos se dio media vuelta y empezó a caminar, llevándose el collar consigo.
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Balance
RomanceKira y Aaron tienen algo en común que ignoran. Desde que nacieron han tenido que aprender a vivir con escasa información sobre su vida, sobre su línea de sangre. Luego de la inesperada muerte de Margaret, abuela de Kira, ella deberá aprender a vivi...