Me miro al espejo y quedo satisfecha con el resultado que he logrado al echar un poco de maquillaje. No me he acostumbrado del todo a esta nueva etapa. Cuando vivía con papá no me dejaba ni usar un labial.
Todo el pasado, todo el infierno que he tenido por vida regresa a mí al verme fijamente en el espejo. Todos mis recuerdos son flashazos, y luego una gran parte desaparece cuando Rebecca, mi tía, se interpuso entre mi padre y yo. La tranquilidad regresa a mi ser, ya estaba olvidando qué se sentía estar así.
— ¿Vas a salir? —habla mi tía de pronto, desde el umbral de la puerta de mi habitación. No me había dado cuenta que había hablado y mucho menos que estaba por entrar. Debe de ser porque no tocó la puerta.
Sí, la confianza que ha nacido entre mi tía y yo es gigantesca, tanto hasta el punto de que entre a mi cuarto. Sé que para muchos les parezca molesto que entren en sus habitaciones y sin tocar antes, a mí no. Más bien me alegra porque sé que a esa persona le importo y también lo que esté haciendo. Antes me aterraba que alguien entrara a mi habitación, sí, justamente cuando entraba papá. Sabía perfectamente que iba a golpearme en cuanto abría esa puerta, y también sabía que me iba a ir muy mal cuando sus ojos se agrandaban y se tornaban rojos, cuando su mirada era dominante y, también, cuando las aletas de su nariz se movían por su violenta respiración.
—Sí, tía —respondo.
—Está bien. No vengas tan tarde —dice sonriendo, sin querer un recuerdo me viene de papá. Él ni siquiera me dejaba salir, y si insistía en ello antes de irme me daba una paliza, a tal punto de que me dejara moretones y que se me quitaran las ganas de dar una vuelta. Rebecca se da cuenta de mi remolino de pensamientos y habla otra vez—. Estás pensando en él otra vez, ¿cierto? —De vez en cuando me atrapaba pensando en ese hombre.
—Sí —acepté finalmente—, cada vez que hago algo me recuerda a él y a su negativa cuando le pedía permiso para hacer ciertas cosas —hablé perdida. Es como si mi cuerpo estuviese ahí, pero mis pensamientos no, toda mi mente se transporta a mi pasado.
—Ya te dije que... —y ahora vuelve con lo mismo.
—No, tía, no iré donde un psicólogo.
—Pero, hija... —la interrumpí.
—No, no estoy lista para hablar sobre mi pasado con alguien más. Nadie más sabe de lo que de verdad sucede, a excepción de nosotras dos.
—Si te incomoda que sea un hombre puedes optar por una mujer. Estoy segura que te ayudará.
—Eso no cambia la cuestión. Sé que no terminaré diciendo lo que debería, me llenaré de miedo y no podré hablar —susurré en la última frase. Sé que nadie quiere cargar con los problemas internos de una chica debilucha, sé que los terminarán ignorando. Eso me duele.
—A mí no me dijiste lo que sucedía precisamente. Yo lo noté, y aun así traté y trato de ayudarte siempre —se acercó a mí.
—Pero eres mi tía, no una persona cualquiera. Si le cuento mis problemas a uno de mis compañeros de universidad seguro se van a burlar de mi debilidad, o me tendrán lástima porque no soy como ellos y no tuve una familia normal en la que me proporcionara apoyo y estabilidad emocional.
—Cariño —se acercó aún más y frotó sus manos sobre mis brazos—, por supuesto que no te tendrán lástima, Layla, eres una chica normal y sobre todo maravillosa. Cierto, no tuviste una infancia como los demás chicos, pero eso no importa, nada cambia lo que eres.
—Tía, soy un monstruo —sollozo, estoy a nada de romper en llanto. Me aparto de ella y me siento en el borde de mi cama y bajo mi mirada.
—Por supuesto que no... —la interrumpo.
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El aullido de la noche
RomanceLayla sabe dos cosas perfectamente: la uno, es que su piel es sumamente blanca y después de cada golpiza que le da su padre queda marcada durante un buen rato; y número dos, que por mucho que se aleje del exterior siempre la va a perseguir su pasado...