CAPÍTULO 40

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Pasó una semana y la amargura de mi aceptación para olvidar todo seguía siendo incómoda. Incluso las dos ocasiones en que Isaac y yo cruzamos miradas, el simple hecho de tener que saludarle como si todo estuviera bien fue todo un logro olímpico.

Estaba tan frustrada conmigo misma que cuando Ángel me mandó un mensaje en la mañana que estaba en camino para nuestra cita, estuve a punto de tener un paro cardiaco. Había olvidado por completo la cita.

Tomé una ducha rápida y me vestí. Al principio había tomado una camiseta negra y unos jeans rotos, sin embargo, consideré que él podría pensar que no tenía nada que no estuviera roto, pues el pantalón que me había puesto la última vez que nos vimos no me había dado muy buena fama. Por eso tomé el overol de mezclilla que no había usado durante meses y lo combiné con una playera blanca con rayas negras.

Con un mechón de mi cabello hice un pequeño moño y el resto lo dejé suelto después de haberlo planchado. Incluso me maquillé. ¡Me maquillé! ¿Quién iba a pensar que haría algo como eso para un simple juego de fútbol? Lo más probable sería que Saavedra llegaría sin mucho arreglo mientras yo parecía lista para una fiesta campirana.

Si Aarón hubiese estado en casa, me habría preguntado si asistiría a un desfile, pues a él no le gustaba que usara maquillaje. Según su lógica, las personas se veían mejor sin tanta pintura en la cara; no obstante, en secreto, solía pintarse los labios antes de salir con Sonia. No, perdón, Aarón preferiría llamarle «humectar los labios».

Cuando me di el retoque final, alguien golpeó la puerta. Restregué mis manos antes de atreverme a abrirla y, tal como lo esperaba, Saavedra me esperaba en la entrada. No me sorprendió notar que llevaba una camiseta con la silueta de los Simpson, sus pantalones de mezclilla y los tenis que le había pisado la vez que nos reencontramos. Tampoco me impactó verlo así de sonriente y despreocupado, pese a que muy pronto regresaría al pueblo para cuidar de su mamá.

—¡Esposa mía! —exclamó y extendió los brazos como si quisiera darme un gran abrazo. Como yo no cedí puso una mano sobre su pecho, cargado de dramatismo—. Ay, mi querida, creo que me he vuelto a enamorar al verte. Hice una muy buena elección.

—Cállate —demandé e intenté controlar el rubor en mi rostro—. Sabes que no me gustan tus bromas.

Abrió sus ojos que habían permanecido cerrados debido a la intensidad de su actuación.

—Está bien, me rindo. Eres dura de conquistar.

Rodé los ojos antes de sonreír.

—Andando.

Aunque me apresuré a adelantarme, él consiguió llegar a mi lado.

—Una cita, ¿eh? —escuché a Carla decir cuando llegamos al portón del edificio.

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