CAPÍTULO 46

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Bueno, esto no lo esperaba. Era de las cosas que no sabía que quería hasta que pasaban.

Pese a que al principio me encontraba impaciente, conforme pasaron los minutos y nosotros seguíamos en el pasillo fuera del baño, comencé a aburrirme de ver el rostro sonriente de Carol cuando era un bebé.

—Entonces... ¿Me vas a presentar a LinAngel? —pregunté para apresurar las cosas.

Ángel retiró la mirada de su celular por primera vez después de que salimos del baño y me regaló una sonrisa astuta.

—No te impacientes. Antes que nada, toma. —Me extendió el celular y lo miré sin comprender—. Es para que anotes tu teléfono.

Entrecerré los ojos. Sabía que si hacía algo tan peligroso como darle mi número, entonces no habría día en que me bombardeara con mensajes. No obstante, al considerar todas las cosas que había hecho por mí, cogí el celular, escribí mi número con la velocidad de un correcaminos y se lo entregué.

—Vaya, fue más fácil de lo que esperaba —admitió en un susurro.

—Si no lo quieres, bórralo —dije a la defensiva.

—No, no, claro que no. —Abrazó su teléfono como si fuera de oro—. Pero, ¿estás consciente que a partir de ahora vas a recibir tantas llamadas y mensajes que te hartarás de mí?

—Pues cuando llegue ese momento, te bloqueo y ya —determiné con simpleza, a lo que él hizo una mueca triste.

—Oh —suspiró cuando recibió un mensaje, apretando ligeramente su dispositivo—, en un minuto llegará.

—¿LinAngel?

Él asintió, me tomó de la mano y me invitó a pasar a la habitación más cercana a la entrada del pasillo.

—Oye, oye, espera —protesté un poco asustada—. ¿Por qué nos estamos yendo?

—Bueno... no quieres encontrarte con tu ídolo en la puerta del baño, ¿o sí?

No podía debatir ante eso.

El cuarto donde habíamos entrado tenía un aura varonil, sin pósters de bandas de rock, ni una cama grande y desordenada, tampoco tenía una mesa repleta de libros. Esto era todo lo contrario a lo que había visto con Isaac. Había carteles de equipos de fútbol que no conocía; la cama era pequeña pero estaba bien tendida; y en la mesita, tan chiquita que apenas y cabía una persona, estaban un cuaderno y varios lapiceros.

—Vaya —reí—, esto es justo como imaginaría a tu habitación. Aunque es imposible porque es la casa de Pau...

Me detuve cuando mi cerebro comenzó a carburar la nueva información. Me giré para encontrarme con una de sus sonrisas amables, como si le causara gracia y ternura lo que ahora mismo estaba pensando.

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