Parte 1

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Él estaba sentado con ella en el sitio que siempre se ponían después de clase, estaban en un banco bastante antiguo el cual estaba en mal estado, estaban situados en la parte de atrás del colegio, que estaba lleno de plantas, pero había un camino de tierra que conducía a ese banco. Tenía unas vistas preciosas a toda la ciudad, y ellos estaban ahí, estuvieron en silencio contemplando el paisaje hasta que por fin ella habló:

—¿Que tal el colegio?— preguntó.

—Horrible, estoy muy estresado por los exámenes. — contestó.

—Ya, yo también estoy agobiada, pero bueno es lo que hay. — ella le miró y el giro la cabeza para poder contemplar su rostro.

—Menos mal que te tengo a tí.— dijo sin apartar la mirada de ella. Al instante él la rodeó con el brazo y ella apoyó su cabeza en su hombro. Ellos estuvieron en silencio para poder sentir mucho mejor aquel sentimiento que inundaba el espacio.

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Al poco tiempo de haberse abrazado el chico se levantó y se fue andando rápido por el camino de tierra que volvía a la puerta central de el colegio , ella le siguió intentando alcanzar su ritmo sin éxito alguno, el portón ya estaba vacío, era de noche y empezaba a llover, no quedaba nadie que pudiese mirarles, entonces la chica al fin se acercó lo suficiente como para poder cogerle del brazo y darle la vuelta para que le mirase.

—¿Que pasa? ¿Por qué huyes?— le preguntó con un tono de desesperación y enfadada al mismo tiempo.

Se hizo un silencio y ninguno de los habló, pero ella insistía.

—¡¿Por qué no hablas?! Cuéntame qué te pasa. — ella subió el tono, ya cansada de que él no hablara. Al instante él levantó la cabeza y rápidamente la empujó contra la pared, cuando ella ya estaba ahí, él puso un brazo en un lado de la pared a la altura de su cabeza para impedirle el paso, hizo lo mismo con el otro brazo hasta que la rodeó.

—No puedo seguir atado a algo que es solo una ilusión, lo nuestro no puede ser posible, nuestras familias se odian, todo el mundo nos mira raros, tú y yo no somos como los demás, no podemos seguir así.— él recogió el brazo se puso la capucha de la sudadera azul marina para no mojarse y empezó a andar.

— No puedes cambiar algo que eres, será siempre así y no puedes quitarlo de tí.— dijo ella, él se dio la vuelta y le dijo:

— A lo mejor no puedo cambiar algo que soy, pero si puedo evitarlo.— contestó.

— ¿Por qué evitar algo que eres? Has de ser tú mismo, aunque tengas defectos, esos defectos te hacen ser único.—

— Puede que me hagan único, pero no perfecto.— ellos ya se empezaban a mojar, la lluvia cada vez se hacía más intensa.

— No necesitas ser perfecto para que te amen, yo te amo, sin importar tus defectos.— ella bajó el tono al decir las últimas palabras, se quedaron mirando el uno al otro. Él se fue acercando a ella poco a poco, ella se asustó y dio un paso para atrás, cuando ya estaban bastante cerca la chica prosiguió.— Te amo, y siempre lo haré.— él chico se acercó más, sus caras estaban ya rozándose — Y yo a tí— contestó. Podían contemplar con exactitud sus rostros, él fue acercándose más, pero muy despacio, cuando ya estuvieron lo suficientemente cerca, el chico cerró los ojos, ella también los cerró, él inclinó un poco la cabeza hacia la izquierda, sus labios estaban a punto de tocarse.

— ¿Creías que sería tan fácil?— preguntó ella con tono sarcástico, él abrió los ojos, ella los tenía ya abiertos y tenía la ceja izquierda levantada, él notó una presión en sus labios, ella había puesto uno de sus dedos en los labios de el chico.

1 RelatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora