Capítulo 3

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Olivia


Una corriente fría me despertó de repente y por más queintenté fijar la mirada, no supe si había amanecido o aún era de noche. Simplementenoté que el cuerpo de mi prometida no estaba a mi lado y eso me alarmó, puesLeila siempre procuraba despedirse antes de ir a la facultad. Me incorporé dela cama con un bostezo, cubrí mi cuerpo y eché un vistazo a ese reloj que yacíasobre la mesa de noche. Eran las dos de la mañana y Leila no estaba en la cama,por lo que deduje que estaría en el estudio, dando una última repasada antes depresentar su parcial de contaduría pública. Un parcial que era temido por lamayoría de los estudiantes por su complejidad y basto conocimiento en las leyesvenezolanas.

Me dirigí a la cocina para preparar un café vienés, como recientemente se había acostumbrado a tomar Leila y que se había convertido en uno de sus favoritos. Con pasos firmes, pero sin hacer ruido, entré a ese lugar que ambas utilizábamos para realizar nuestros deberes y pude ver a una Leila muy concentrada en sus apuntes, con un pequeño velo de cansancio en su rostro. Hace unas horas, había recorrido mi cuerpo como si fuese la primera vez que lo hacía, había escuchado mis gemidos, fue la dueña de mis gritos, de mis arañazos en su espalda y de mis súplicas ahogadas mientras me hacía suya. Se veía irresistiblemente sexy con sus lentes de lectura y con ese pequeño tic nervioso de mover sus dedos mientras leía un texto.

—Deberías estar en la cama —dije, al llamar su atención.

Leila levantó la vista de su cuaderno para coincidir con mis ojos, regalándome una hermosa sonrisa. Podía ver en sus ojos una inmensa ternura, pero al mismo tiempo me reflejaba "Un gracias" por aquel café que traía en mis manos. Me ubiqué a su lado, mientras ella bebía un sorbo de aquella sustancia y no pude evitar acariciar su mejilla.

—Cariño, ¿Por qué te has levantado? Procuré no hacer ruido para no despertarte —expresó, al coincidir su mirada con la mía.

—Lo sé—le di un beso y fue inevitable que no me quedara un poco de aquella nata sobre mis labios—¿Es necesario que sigas estudiando? Estoy convencida de que ya te sabes todo el tema —acaricié su mejilla.

—Tienes razón, estoy un poco nerviosa —respondió, al mismo tiempo que dejó la taza de café sobre la mesa para rodear mi cintura y acurrucarse en mi regazo.

—¿Nerviosa? —expresé, mientras besé su coronilla.

—Sí, sé que es tonto, pero...—resopló—Únicamente quiero sacar buenas notas para graduarme pronto —confesó, con un poco de frustración en su voz.

—Puedo entender tu punto, pero no quiero que te esfuerces demasiado —manifesté, al mismo tiempo que acaricié su mejilla.

Hace unos meses, me había graduado con honores de la facultad de Contaduría y mi padre me había hecho una fiesta por todo lo alto para demostrarles a sus colegas que otra "Gómez" se había especializado en la misma rama como todos mis parientes. Sin embargo, a mitad de aquella fiesta, me escabullí para ir a esa reunión que me habían realizado las chicas en la casa de Jane. Fue una tarde muy emotiva, entre risas, felicitaciones, buenos deseos y abrazos por doquier, que me hacían sentir orgullosa de haber logrado una de mis metas. ¿Por qué no seriamos nada sin ellas? O al menos eso era lo que me solía decir mi nana, ya que sin esas metas que nos trazamos diariamente corremos el riesgo de estancarnos y que un día nos preguntemos, ¿Qué me gustaría haber intentado?

Cumplir una meta, va más allá de un desafío personal, porque en el proceso pones a prueba un sinfín de habilidades que jamás pensaste que tendrías y eso es lo que importa a la hora de seguir tu camino. Y aunque sigo encaminada a cumplir otras metas que me he trazado desde que conocí a Leila, me he dado cuenta de que a veces vamos consiguiendo muchas metas sin apenas haberlas planificado o decidido de forma consciente. Como en el caso de mi padre, que pretendía que escogiera el cargo de auditor de estados financieros para ejercer mi título, pero yo decliné a su idea sin pensarlo dos veces. Aquel cargo, era muy demandante para mi gusto y no me quedaría tiempo para ver a Leila, así que, contra todo pronóstico decidí escoger el puesto de contador de costo.

Un cargo que, desde mi perspectiva, era una de las áreas más apasionantes de mi carrera y aunque no tenía tantos ingresos como el cargo que mi padre quería que ocupara, ganaría lo suficiente como para brindarle una buena estabilidad a mi futura esposa. No obstante, sé que, a Leila, le agobiaba la idea de no ayudar con los gastos de la casa, pues no quería dejarme con toda la responsabilidad y eso me enternecía. Nadie se había preocupado por mí en ese aspecto como ella lo hacía.

—¿Crees que esta vez podamos casarnos? —preguntó, sin mirarme.

Cogí su mentón y deposite, un beso en sus labios, sé que ambas deseábamos dar aquel paso, pero ninguna de las dos imaginó que, a una semana de nuestra boda, la universidad me enviaría a la capital para realizar mis prácticas durante un periodo de tres meses y a ella le tocaría cumplir con el servicio comunitario. Por lo que nuestra boda se tuvo que aplazar, mientras que cada una cumplía con sus deberes académicos.

—Claro que sí—rodeé su cintura—No sabes cuántas veces he soñado con ese momento —besé su nariz.

—Yo también he soñado infinidades de veces con nuestra boda y sé que, para el próximo año ya seré una licenciada como tú —sonrió.

—Verás que esta vez, todo saldrá como planeamos—acaricié su mejilla—Aunque he de confesar que muero por conocer esa sorpresa que me tienes —moví mis cejas de manera divertida.

—Boba—me dio un leve empujón, pero sin separarme de ella—Sabes que no te diré nada al respecto, si ya has esperado algunos meses, puedes esperar un poco más —manifestó.

—Eres mala —golpeé su nariz suavemente.

—Mala no, soy realista que es diferente —besó mi nariz.

—Te amo—le di un pequeño beso—Mejor vamos a dormir, mira que mañana debo ir a trabajar —propuse, con la intención de llevarla a la cama para que descansara.

—No tengo sueño —pronunció, con una naturalidad que me encantó.

—Está bien, pero puedes quedarte a mi lado, me hace falta sentir tu calor para dormir —enterré mi rostro en su cuello para embriagarme con su olor.

—Eres una pequeña tramposa —dijo, al mismo tiempo que atrapó mis labios en un beso tierno.

Dormir junto a Leila, era uno de los grandes placeres de la vida, pero amaba cuando solíamos dormir desnudas. Ya que, era muy gratificante sentir cada roce, cada caricia, su calor y el olor de su piel; era como un elixir que me hacía dormir profundamente. Entrelacé nuestras manos y la guie, a ese lugar donde hace unas horas me hizo suya, la tumbé con delicadeza sobre la cama, mientras mis labios dejaban pequeños besos sobre su nariz, mentón, cuello y por el resto de su piel. Adoraba la manera en que enredaba sus dedos en mi cabellera para que no dejara mi labor y cuando regresé a sus labios, me dedicó una mirada tierna.

—¿Segura que me has traído solo para dormir? —frunció el ceño.

—Sí —respondí, intentando calmar mis hormonas.

—¿Por qué será que no te creo? —me miró desconfiada.

—Pues deberías —dije en mi defensa, al ubicarme a su lado.

—No te molestes tontita, sé que tienes ganas de más —me dio un beso en la coronilla.

—Que bien me conoces —comencé a acariciar su espalda.

Amaba tenerla de ese modo, era como si pudiera lograr cualquier meta que tuviese en mente, sin tener que agobiarme en el proceso. Y aunque el pasado de ambas había sido un tanto difícil, el futuro que se abría entre nosotras era incierto, pero habíamos aprendido a salir a delante juntas, como pareja. Quizás algunas cosas no estaban trazadas del todo, pero estaba segura de que, si continuamos caminando por la misma senda, tomadas de la mano, todo sería posible. 


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Mi segundo amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora