CAPÍTULO 2 Ayuda

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"Transportes Salazar" no había avanzado más de 1 km, era casi imposible pasar por esa carretera llena de obstáculos y peligros. Celeste debía tomar todas las precauciones posibles para no complicar las cosas más de lo que ya estaban. La chica no paraba de sortear vehículos que se encontraban en segunda fila y sin ninguna utilidad. Incluso se sobresaltó al observar que algunos de estos coches se encontraban en llamas. Si no se alejaban de esa zona lo más fugazmente posible, existía el peligro de explotar por los aires. 

Aparte de automóviles esturreados por la carretera, también había escombros que cubrían, lo que parecía ser, cuerpos humanos sin vida y ensangrentados. Silvia y Celeste se limitaban a seguir adelante. No había tiempo para pararse a analizar aquella situación tan surrealista.

El bus avanzó sobre elevándose sobre una gran cuesta que ofrecía una panorámica perfecta de Córdoba. Celeste prosiguió con el recorrido; ahora tocaba bajar esa gran cuesta para, definitivamente, adentrarse en el corazón de la ciudad. El bus descendió con suavidad, sin prisas.

Ambas chicas se alertaron de repente por una gran luz, seguida de una pequeña explosión que no se sabía de dónde provenía. Fue suficiente para cegarlas un par de segundos. Oyeron unos fuertes golpes. Seguidamente, una pequeña caída de cristales por la parte delantera del bus. Al momento, Celeste se dio cuenta de que las luces delanteras del bus no funcionaban. Era más correcto decir que se habían destrozado por culpa de aquella explosión espontánea. No había tiempo para pensar y la chica siguió adelante, con escasa visión sobre la carretera. Silvia estuvo en desacuerdo con esa genialidad.

Celeste miraba al frente sin poder intuir bien por dónde iba con exactitud. Y, aunque vaciló unos segundos, al final hizo caso a las palabras de su amiga sobre detener el vehículo. Como pudo y sin exceso de velocidad, se desvió al carril derecho que desembocaba en un mini puente que iba directo al centro de la ciudad. Celeste prefirió frenar antes de adentrarse a ese puente, pero aún así, chocaron contra otro vehículo que ninguna de las dos pudieron apreciar. El choque, por suerte, no fue tan grave. No obstante, Silvia cayó al suelo debido a que iba de pie.

—¡Dios mío! ¡Silvia! —exclamó angustiada Celeste. Fue corriendo a socorrer a su amiga—. ¿Estás bien?

—¡Uf! —atinó a decir algo dolorida, incorporándose con lentitud—. La rodilla, tía... Voy a pedir la hoja de reclamaciones, que lo sepas.

—¡Déjate de bromas! —expuso al mismo tiempo que la ayudaba a levantarse del suelo—. ¿Te duele mucho?

—Creo que sobreviviré, gracias.

—Tía, no lo vi. ¡Joder¡ No lo vi... —sus ojos se humedecieron, producto de los nervios.

—Celeste, tranquila —la calmó, cogiendo sus manos—. Yo tampoco lo vi. Fue todo muy rápido y bueno... alegrémonos de que seguimos vivitas y coleando.

—6 años en esta profesión y jamás he tenido un accidente y mira ahora... —expresó casi susurrante.

—No te preocupes de eso ahora —musitó con tranquilidad—. Debemos seguir adelante.

Silvia consoló a su amiga como pudo. Todo ese mágico momento fue interrumpido por unos enérgicos golpes en la puerta del bus. Eran golpes insistentes originados por los nudillos de alguien. Se sobresaltaron y prefirieron quedarse en silencio, por si acaso era una de esas horrorosas criaturas que andaban sueltas por la ciudad. Ambas pudieron intuir una voz masculina al otro lado.

—¡Salga inmediatamente del vehículo! ¡Es una orden! —chilló con mucha autoridad y exigencia.

—¿Qué hacemos? —masculló Celeste a su amiga. En silencio, se observaron mutuamente.

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