CAPÍTULO 4 Oscuridad

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Bajaron rápidamente las escaleras para acceder al parking subterráneo de Vial Norte y comprobaron tranquilas que nadie las andaban siguiendo. Al toparse con una puerta, Silvia fue la que se atrevió a abrirla. Lentamente. Antes de entrar, alumbró la estancia para comprobar que estaba vacía de zombies. No veía nada. Todo estaba tranquilo. 

Procedieron a entrar al interior del parking. Para su asombro, aquel sitio no tenía nada que ver con el holocausto que vivieron hace unos instantes; ni escombros, ni cadáveres, ni fogatas, ni coches... Era el lugar perfecto para descansar, y de paso, conocer más datos sobre la niña que acababan de rescatar. Silvia la soltó en el suelo y observó que la cría tenía el pelo largo, oscuro y sucio. Llevaba puesto un pijama de ositos rosa. Su carita era angelical, a pesar de estar algo enfangada.

—¡Al fin tenemos un momento de paz! —exclamó Silvia aliviada después de tanto estrés. Observó a la niña y se agachó a su altura para visualizarla mejor—. Y, ¿tú cómo te llamas, preciosa?

—Alma —pronunció casi susurrante con la mirada hacia el suelo y sin soltar el peluche de Doraemon, su fiel compañía.

—Qué nombre más bonito, Alma —incluyó Celeste, también poniéndose a la altura de esa niña—. Puedes estar tranquila, estarás segura con nosotras.

—¿Te han hecho algo? ¿Estás herida? —preguntó Silvia con mucho interés a Alma. La cría enmudeció. Solo se limitó a negar con la cabeza lentamente.

—Entonces, nos alegramos, hermosa —dijo Celeste pellizcando dulcemente un moflete de Alma. Ella ni se inmutó.

—¡Qué peluche más bonito! —comentó Silvia refiriéndose al Doraemon que tenía Alma apretando su pecho—. ¿Me dejas verlo?

—¡No! —negó de inmediato la niña apretando todavía más el peluche contra su pecho. Su eco se escuchó por todo el parking.

—Vale, jo... no te lo quería quitar.

—Silvia, creo que deberíamos seguir —ambas se pusieron de pie. Silvia alumbró con su linterna la estancia que, aparentemente, se encontraba solitaria.

—Seguimos adelante hasta la próxima salida. Desde ahí, llegar a casa de María será cuestión de minutos... siempre y cuando esté todo en calma y accesible.

—Más nos vale rezar porque así sea.

—Alma, pequeña, tú quédate detrás de nosotras, pero sin alejarte, ¿vale? —la cría asintió enseguida—. Pues en marcha.

Las tres chicas se adentraron en aquel parking. El silencio que minutos antes reinaba sobre aquel lugar, desapareció por culpa de unos ruidos que se escucharon por las pequeñas y escasas ventanas de todo el parking. La visibilidad ahora era casi nula puesto que la luz de la linterna que aún conservaba Silvia, se hacía cada vez más débil. Dificultaba un poco el camino hacia sus destinos. Lentamente, esos ruidos se fueron incrementando, pero era muy desconcertante su procedencia. Las tres chicas prefirieron ser cautas e ir a paso lánguido, aunque por ello tardasen más en salir de ese sitio.

Para sorpresa de todas ellas, las luces de aquel parking se encendieron, mostrando ante las tres jóvenes una escena realmente sangrienta que cortaba la respiración; una multitud de zombies, arrodillados en el suelo. Devoraban cadáveres de, posiblemente, personas que quisieron huir de aquella hecatombe. El ambiente se tiñó de rojo por culpa del aura de aquellos seres. Eran también los culpables de los ruidos que escucharon anteriormente Silvia y Celeste. Era el sonido de la carne humana devorada por esos zombies.

Las chicas se quedaron tan perplejas por aquella visión, que ni se percataron de que detrás de ellas había un zombie que sí las había visto. Se acercó a la pequeña Alma, que estaba perpleja como todas ellas, y la agarró. La niña enmudeció, sin separarse de su muñequito. Miraba con pavor a aquel ser. El zombie la miró, en silencio. Su mirada blanquecina y sin subsistencia heló la sangre de Alma.

Red Night ZombieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora