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Sus ojos se encontraban fijos en su postura firme y en sus rasgos marcados; su mirada era penetrante, y aunque lo parecía, en realidad no ponía atención a lo que el hombre estaba hablando. Había perdido el interés hacía veinte minutos, y no parecía querer recobrar atención alguna en el tema.

Sus ojos de un azul verdoso se desviaron hacia una ventana de cristal, la cual emitía un ligero ruido al ser golpeada por una rama. Esto quebrantó la poca paciencia que parecía tener el hombre, el cual se aclaró la garganta intentando obtener la atención de la contraría.

-Aleksandra, ¿Estás escuchándome? - hablaría el hombre con una voz potente-.

-Claro que sí. Andrey, ¿no crees que esto es...?

-Ten más cuidado de cómo le hablas a tus superiores, Ivanov. -Le espetó casi con desprecio un hombre de lentes a un lado de ambos-.

-Bien, comandante Konstantinov, ¿no cree que estoy hecha para otro tipo de cosas? Bueno... hay otro tipo de formas para...

Aleksandra fue interrumpida nuevamente, pero esta vez fue por su propia sorpresa al sentir la mano de su superior sobre su hombro el cual le sonreía de una manera absurdamente condescendiente.

-Oh querida, ¿qué te hace pensar que necesito escuchar tu opinión?

La joven solamente bajó la mirada al suelo con pesadumbre y dejó que de sus delgados labios saliera un leve murmullo.

-Sí señor.

Aleksandra posaría su mirada en los ojos fríamente grisáceos de su superior, los cuales dejaban ver un pequeño rastro de satisfacción debido al desconcierto que este había causado en ella. Acto seguido, Aleksandra salió de lo que parecía ser una bodega ubicada en medio de la nada hacia un punto lejano e impreciso.

Crónicas del amor y la guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora