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—1 Heridas



La luz de la luna permitían al pequeño muchacho que estaba sentado delante del escritorio ver en la oscura habitación. Las manos de Harry Potter temblaban mientras intentaba escribir en un pergamino.

Saladas lágrimas rodaban por sus mejillas, bloqueando parte de su vista. Entre hipos el pequeño chico seguía escribiendo lo que sería su carta de despedida.

Ese curso había sido suficiente para Harry, la muerte de Cedric le atormentaba cada noche, nunca se había sentido tan solo y tan débil. Sus tíos, los señores Dursley le habían vuelto a encerrar en la pequeña habitación, solo permitiendo que saliese 10 minutos al día ha hacer sus necesidades o ducharse.

El frágil niño firmó el pergamino, siendo lo último que Harry Potter haría. Entre temblores el niño se movió a su cama, allí tenía una pequeña cuchilla que había conseguido de un sacapuntas muggle.

Cerrando los ojos el chico clavó con fuerza la cuchilla en su brazo e hizo largos y profundos cortes, sentía el ardor de las recientes heridas, las lágrimas cayendo sin cesar, aún así el chico no paró, llenó todo el brazo de cortes irregulares, la sangre brotaba, llenando las sabanas y el colchón de un color rojo. Insatisfecho, siguió con el otro brazo, aplicando más fuerza para hacer las heridas más profundas, la sangre que estaba perdiendo provocaba fuertes mareos en el muchacho. Deseaba morir, ya no tenía fuerzas para seguir viviendo.

El chico no vio como su lechuza miraba atenta la escena, cuando descubrió las intenciones de su mago se puso en alerta, con sigilo se acercó al escritorio y cogió el pergamino que momentos antes había escrito, cuando se dio cuenta de que el joven mago estaba inmerso mientras se autolesionaba la blanca lechuza salió volando por la ventana cuanto antes. Siguiendo su instinto siguió el hilo de magia que sentía, volaba lo más rápido que podía con la intención de salvar cuanto antes a su joven amo.

Una pequeña pero hermosa casa se alzaba cerca de un lago, el campo al rededor de la casa con las flores y pájaros hacían que el paisaje fuese realmente increíble. Albus Dumbledore, sin embargo no estaba disfrutando de ese paisaje. Estaba ahora en la oficina, con un montón de papeles que tenían que ser revisados y aprobados por él.

Se llevo una sorpresa cuando una lechuza blanca se posó encima del escritorio dejando al instante un pergamino. El viejo director reconoció a esa hermosa lechuza como la de Harry Potter, extrañado cogió el pergamino que había dejado. A medida que iba leyendo la temblorosa letra la mirada de Albus se oscurecía.


"No sé realmente como empezar esto, supongo que no hay una buena manera de hacerlo.

Pensaréis que soy un cobarde y débil, por haber ido por el camino fácil, pero ya no hay nada que me importe lo suficiente para estar vivo. No hay nada que me mantenga vivo.

No quiero que nadie se sienta culpable, después de todo nadie tiene la culpa de haber vivido bajo unos parientes abusivos, tampoco tenéis control sobre Voldemort y sus matanzas. Yo solo deseaba ser un chico normal con una familia que me quisiera, o al menos a alguien que le importase por ser Harry y no el salvador del mundo mágico.

No puedo despedirme sin agradecer a unas pocas personas que han hecho que mi corta vida sea un poco mejor.

Primero de todo, a Ron y Hermione, se que no ha sido fácil tenerme como amigo, os ponía en constante peligro, pero los momentos que hemos compartido han sido realmente buenos y agradezco que hayáis estado a mi lado a pesar de lo complicado que era.

Una nueva oportunidadϟ harry potterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora