Caparazón Blanco

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Desperté a mitad de lo que parecía una jungla, pero eso ya de por sí era raro, porque para empezar yo vivo en una zona desértica... o al menos hasta donde sé, no conozco tan bien mi vecindario. También me hacía falta mi ropa, y mis lentes. Pude hacerme algo parecido a prendas con pedazos de madera y algunas hojas que encontré por allí tiradas. Se me ocurrió que lo más razonable sería explorar un poco el lugar, quizá hasta encontrar alguna fuente de agua y más que nada, un refugio; aunque no tenía sed ni frío, había leído una vez que era lo que importaba para sobrevivir.

No recorrí tanto camino, cuando llegué a lo que parecía ser una cueva, o algo así, con muebles improvisados dentro, y por lo que parecía, recientemente usados también. Tomé un poco de agua y un gran mordisco de la comida que alguien había dejado en su mesa; sabía raro, era algún animal de textura rara, asado. Habían unas armas improvisadas a la derecha descansando en la pared, pero no lo tomé mucho en cuenta. Descansé un rato, quería seguir explorando y saber más de dónde estaba, así que estaba segura haría bastante uso de mi energía. Pero algo llevaba un rato inquietandome: ¿por qué había una lata de atún gigante casi al lado de la pequeña cueva?

Salí mejor preparada para los elementos; había ropa en una silla que me puse encima, evidentemente hecha por manos más habilidosas que las mías, y seguí un serpenteante camino de tierra. Me iba agarrando del alto herbaje con mis inquietas manos cuando todo mi cuerpo regresó de tirón a mi brazo: me había atorado con algo realmente pegajoso. Tuve que usar mi otro brazo y toda mi fuerza para separar mi extremidad de la sustancia blanca. La vi de cerca, y mis miedos se empezaron a agrandar. Era una telaraña, sí, pero era demasiado grande para haber sido hecha por una araña pequeña, de tamaño normal. No quería aceptarlo, ni siquiera pensarlo, pero me había pasado algo de película, y no me sentía tanto en un sueño. Ó el mundo se había agrandado, menos yo, o yo me había hecho más pequeña, del tamaño de una hormiga.

Me quedé unos buenos cinco minutos, puede que incluso más, mirando al suelo, pensando. Ponderando mis opciones. No sabía como volver a mi tamaño, o si podría hacerlo. Una de las opciones que llegó a mi cabeza como rayo fue el adaptarme a vivir así primero, y cuando tenga todas mis necesidades cubiertas de sobras, empezar a investigar este raro evento.

Estaba decidida, así de rápido, y así de segura. Volteé por dónde había agarrado la telaraña y vi pasto tirado; había una desviación del camino que seguía, casi imperceptible, con pisadas un poco recientes. Eso me dijo, junto a la existencia del refugio, que aún había otra persona aquí. Pero me di cuenta de dos problemas: solo había un par de huellas humanas descalzas, muy pequeñas para ser de un adulto, y cuatro pares de una criatura más grande. Volví corriendo a la cueva y agarré la primera lanza que vi, igual que unas flechas, aunque no hallé el arco. Emprendí el camino, con mi mente fijada en encontrar a la persona en cuestión.

Entre más me adentraba, más desolado estaba al paisaje. Las flores escaseaban como en ningún otro lado de las hierbas que había visto hasta el momento, y el pasto estaba seco, por no mencionar el que estaba tirado por fuerza. El corazón se me partió a la mitad cuando divise rayas amarillas y negras; eran abejas tiradas, algunas envueltas en telaraña y colgando de lo que quedaba del pasto, todas muertas. Creo que unas no tenían aguijón, pero no me detuve a ver de cerca, preferí seguir las huellas: se veían cada vez más frescas.

Empecé a ver más seguido lo que parecían ser ''trampas de tela'': eran telarañas, pero colocadas de una forma diferente a lo que había visto; estas parecían estar hechas específicamente para ciertos bichos. Las que vi intactas me dejaron saber cómo las usaban. Las trampas para abejas tenían una flor debajo de la telaraña que colgaba entre el pasto, tan fina que volando no podrías verla. Habían otras trampas, pero no me quedé a inspeccionarlas, porque oí un grito desde una cueva, con bastante eco.

Tres TerroresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora