El príncipe Sísara había nacido bajo el yugo de todos los guerreros que habían perecido en batalla. Fue una bendición que la reina Odísea, después de varios abortos espontáneos a lo largo de su vida, pudiese haber dado a luz a un bebé que todo el reino esperaba con ansias. Los aldeanos decían que él se convertiría en el sol del nuevo imperio, logrando el sueño por el que tanto había luchado su gente. Su nacimiento se consideró una buena señal para todos aquellos llenos de ambición, pues sus ojos se abrieron por primera vez cuando La Gran Nevada tenía lugar al mismo tiempo que se emprendía el sangriento viaje hacia la expansión del territorio. Mientras que en el frente rodaban cabezas en nombre del rey, en la capital Solaris resonaban los fuertes llantos de un bebé que no sabía qué le deparaba en un futuro. Así fue cómo conocieron al Dios de la Guerra, justo en el cénit de la destrucción de sus eternos enemigos, el reino Ígnea del Este.
Las flores volvían a nacer, desprendiendo un aroma embriagante que hasta en los barrios más bajos era posible apreciar. La primavera tenía por costumbre regresar la alegría de la mano de las buenas noticias, ya que después de tan frío invierno, la esperanza estaba forzada a aparecer para tranquilizar al ferviente reino. Sin embargo, en vez de empezar una época de oro para celebrar la dicha de la victoria, lo único que recibió el reino de Utgard fueron malos presagios que pretendían durar por mucho tiempo. El rey había regresado con la vergüenza pintada en su rostro, como también mucho menos de la mitad de los hombres que habían partido junto a él hacia la guerra. Nunca se habían enfrentado a una derrota de tal magnitud, y para un pueblo tan orgulloso como este, reconocer tal situación era inconcebible. ¿Cómo Elíseo el Grande, quién había sido capaz de lograr múltiples hazañas en el pasado, pudo haber permitido tantas bajas en nombre del divino Dios de todos los Cielos? Fue así como el desconcierto de la gente se hizo oír en las calles que alguna vez estuvieron infectadas de alegría. El monarca, que antes había sido conocido por su fuerza y autoridad, se convirtió en un simple costal de huesos sumido en la depresión que conllevaba el haber perdido la confianza de su propia gente.
Nuestra historia comienza en el momento en que el rey decidió convocar a todos al palacio. Sin importar su edad o estatus, estaban obligados a asistir a la ceremonia que se llevaría a cabo por el bautizo del príncipe Sísara. Los negocios de la aldea o las mansiones de los nobles debían desocuparse por ese tiempo, sino tendrían que enfrentar las sanciones por no escuchar a su líder. También estaban obligados a dejar de lado el resentimiento que sentían por la derrota, por lo que mantuvieron el silencio en el momento que Elíseo desocupaba su trono para decir unas palabras.
—Sé que no me merezco su perdón ni mucho menos su misericordia. Pedir disculpas luego de tal pérdida sería una ofensa para mí como también para ustedes. Hoy no estamos aquí para cuestionar mis decisiones, ni para oír los insultos que en algún momento debo enfrentar y que cada noche me impiden dormir en paz. Esta ceremonia tiene por objetivo únicamente el futuro, que no es más que el príncipe que por mucho tiempo hemos necesitado. —Con las ojeras pronunciadas por debajo de sus ojos y una sonrisa de melancolía, señaló hacia la cuna con incrustaciones de diamante y tela de satén, donde descansaba el niño más noble de ese gran salón—. Como sabrán, nuestra derrota hacia el reino de Ígnea del Este es irrefutable. No importa la determinación que tenemos o las armas que por años hemos confeccionado, pues nuestras peores sospechas se confirmaron... La magia es más fuerte de lo que creíamos.
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Mártir de un príncipe maldito
FantasyEn este reino dominado por la sed de sangre, y la pasión por la guerra, no había espacio alguno para que el romance sucediera. Era bastante inaudito que la Bruja del Este hubiese conjurado una maldición tan errónea: ¿cómo era posible que el príncipe...