Uno

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Sus largos y finos dedos toqueteaban la mesa una y otra vez, impaciente.

Sus ojos se posaron en el reloj analógico que reposaba en la pared por tercera vez en un minuto, y se dio cuenta que las agujas seguían marcando lo mismo. Suspiró fuertemente y decidió guardar sus pensamientos para sí misma.

Si había algo que a Jade le disgustaba más que nada eran las tardanzas. Si bien era cierto que ella no era el ejemplo más plausible en cuanto a puntualidad se refería, la verdad era que odiaba tener que esperar. Así que excusaba su comportamiento impuntual con ese sentimiento. ¡Su peor cualidad era la impaciencia!

Se levantó de la silla y paseó por la sala de reuniones en la que se encontraba. Decidió enfocarse en los detalles para olvidarse por unos minutos de que hacía media hora que se suponía que aquella reunión que había convocado el vicepresidente de la empresa debía haber empezado, y al parecer ella era la única que había llegado a tiempo.

La sala de reuniones tenía un diseño vanguardista. Habían once sillas grises dispuestas alrededor de una mesa ovalada de cristal. El comunicador con las conexiones para impartir las conferencias estaba colocado en el centro de la mesa. En la pared reposaba una pantalla de 65 pulgadas que estaba apagada en aquel momento, y a la izquierda estaba una pizarra movible que utilizaban para anotar.

El piso era de imitación de madera con tonos marrones oscuros. En el centro de la habitación, una enorme lámpara rectangular cubría la mesa completa. A su alrededor, estaban pequeñas luces repartidas en el techo.

Si bien las puertas eran de cristal, no era posible ver nada hacia afuera y viceversa por el templado que cubrían los vidrios. Esto ayudaba a que el carácter de las reuniones que pasaban dentro de la sala fuera confidencial. Por tanto, usualmente aquellas situaciones vulnerables eran tratadas dentro del espacio.

Cerca de la puerta había una mesa dispuesta con té, café y galletas, que hacia unos momentos la empleada de conserjería había traído. Tomó una galleta y se sirvió un vaso de café humeante. En aquel momento, los directores de estrategia, relaciones públicas y finanzas, entraban por la puerta, saludándola a su paso. Detrás de ellos, Julio Ortega, el vicepresidente de operaciones, le daba una sonrisa.

— ¡Señorita Jade! —saludó—. ¡Disculpe la tardanza! Estuvimos en una reunión que nos tomó toda la tarde.

— No hay problema —mintió, pero el señor no pareció darse cuenta.

Ella caminó a la mesa con el café en la mano. La directora de finanzas conectó su computadora a la pantalla para proyectar. El vicepresidente de operaciones se sentó en una silla colocada en el extremo de la mesa. Algunos empleados más entraron a la sala.

Jade terminó la galleta y se limpió delicadamente la comisura de los labios. Colocó la taza de café encima de la mesa, luego de darle un sorbo, y sus ojos se posaron en la pantalla que proyectaba una hoja con el titulo de Proyecto COMETA - Internacional.

La señora Olivia Cruz, directora de finanzas, se aclaró la garganta para captar la atención de los presentes. Una joven, que reconoció como la asistente de la directora, le entregó uno de los informes que estaba repartiendo a los presentes.

— Buenas tardes —comenzó Cruz—. El motivo de que estemos reunidos en el día de hoy es para presentarle a todos un proyecto que hemos estado bosquejando y queremos darle luz. Como todos saben, una de las metas de este año es expandirnos a nivel internacional, y como parte de esto, hemos decidido colaborar con la Compañía de Comunicación Estratégica Aplicada, COMETA, ubicada en España. La idea en primera instancia es hacer un entrenamiento cruzado de seis meses para conocer sus procesos, a la par de que ellos se beneficiarían de nuestros conocimientos en el área de la comunicación digital y análisis de estrategia.

¿Cuándo es demasiado tarde?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora