Cinco

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Jade se había quedado maravillada con la Azotea del Círculo de Bellas Artes. 

La mesa que le habían escogido quedaba en uno de los bordes del lugar, lo que le permitía ver la ciudad, que tenía un brillo enigmático esa noche fresca.  

Si bien la temperatura de aquella noche de octubre no era precisamente cálida, con el abrigo de lana que vestía era soportable. Y por nada se hubiera perdido de las vistas de la ciudad, incluso aunque eso significara que temblara levemente. 

Paulina y María reían sobre algo que ella no había escuchado, mientras estaba embelesada viendo a su alrededor. Era como si a penas se despertara del sueño que suponía verse en otro continente, aunque hubiera pasado ya una semana. 

No pudo evitar pensar que Madrid era un lugar mágico. Por supuesto, María que toda la vida había vivido en el lugar, no lo pensaba pues se la había pasado quejándose de la vida, pero ella que había visto todo con esos ojos nuevos, no dejaba de maravillarse, en especial al poner sus ojos hacia el horizonte. 

El cielo de tonos oscuros se notaba pálido ante el brillo, en todo su esplendor, que desprendía la ciudad. El ruido de la mesas contiguas, de risas a carcajadas y conversaciones interesantes, le parecía lejano. 

Mientras miraba a los edificios que databan de tiempos antiguos, solo pudo imaginarse la vida en esas épocas. Suponía que las calles eran de piedras y que en lugar de automóviles, coches llenaban los caminos. Imaginó la vestimenta y los murmullos de la gente. Y tanto se perdió en sus pensamientos que no se percató de la llegada de alguien más a la mesa. 


— Disculpen la tardanza —dijo una voz profunda a su lado. 


El olor de su perfume la golpeó como si fuera una cachetada, y no pudo evitar poner sus ojos en el invasor. Matías García, levantaba su chaqueta con gracilidad, y se sentaba en la silla a su lado. Le sonrió a las presentes. De inmediato, el mundo se centró a su alrededor, y Jade no pudo evitar notar el magnetismo que aquel hombre desprendía. 


— Tuve un problema con el tráfico —dijo sin más—. ¿Han ordenado algo? 


Las chicas negaron. 


— ¿Qué les gustaría pedir? —dijo mirándolas a cada una y tomando su tiempo al mirar a Jade. Llamó al camarero. 

— Una sangría —dijo María. 

— Una cerveza —habló Paulina—. ¿Cuál recomiendas Matías?

— Depende de qué tipo de cerveza te guste. ¿Oscuras, ligeras? —preguntó el nombrado. 

— No tengo idea. Si estuviera en RD, una Presidente. ¿Eso funciona? —cuestionó con una risa. Matías asintió devolviéndole la risa y miró al camarero. 

— Una caña, por favor —el camarero anotó el pedido—. ¿Qué te gustaría, Jade? 

La joven estaba mirando hacia el horizonte nuevamente. Posó los ojos en Matías que la miraba de una manera que ella no podía explicar con simples palabras. Se sintió nerviosa. Odiaba cómo la estaba haciendo sentir. 

En especial, odiaba la voz odiosa de sus amigas, cuando la llamaron por teléfono hacía dos días, en una llamada grupal. 


— Vieja —empezó Enmaline—, quizás Matías está en ti. 

— Siempre estuvo en ella, Enma —respondió Zulema—. Quizás los sentimientos afloraron de nuevo y hacen que las cosas se den. 

¿Cuándo es demasiado tarde?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora