Capítulo 8.

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Al llegar a Italia, empezamos a recorrer un poco de Roma y de su arte. Habían pasado unas cuantas horas desde que había dejado Paris, mi teléfono no lo había encendido desde que había salido de aquel departamento, temía del poder de Louviére.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

La miré con un poco de desconfianza.

—¿Qué ocurrió esa noche? No debes responder sino quieres —continuo—. Es para que intentes saber que fue lo que crees que hiciste mal, aunque desde mi perspectiva independientemente de lo que haya ocurrido, no sería suficiente justificación para no despertar a tu lado.

No, no creo que yo haya cometido alguna equivocación esa noche, todo estaba perfecto al menos lo creí.

¿Por qué habías esperando tanto, Sophie? —preguntó Victoria mientras dibujaba círculos con sus dedos contra mi espalda descubierta.

Me encogí de hombros—. Ni siquiera tengo una repuesta para eso.

Ella conativo dejando un beso en la comisura de mis labios.

—¿Qué edad tienes? —pregunté.

Ella carcajeó—. ¿No había una pregunta más interesante? —negué—. Eres una pequeña caja de sorpresa.

—¿Por qué lo dices?

Frunció sus labios viendo al cielo, la habitación donde minutos atrás me había hecho gritar, tenía un ventanal en lo que debería ser el techo.

—De tantas preguntas, esa... Lo cierto es que tengo treinta y nueve.

—Vaya, estaba segura que pisabas los cuarenta —murmuré.

Abrió sus ojos sorprendidos—. ¿Por qué? ¿Parezco muy vieja?

—No lo sé, estas perfecta. Yo recién cumplí veintiuno.

—¿Cuándo es tu cumpleaños?

—Diez de Julio, ¿y el tuyo?

Suspiro viéndome a los ojos—. Catorce de Mayo, fue hace mucho. ¿Si pudieras estar en cualquier parte del mundo, justo ahora, a dónde te gustaría?

Me giré para ver el cielo, aún habían estrella, por lo tanto esta noche era perfecta y no tenía ganas de huir a ningún lugar.

—Estar así contigo, tú junto a mí, dudo que pueda haber lugar en el mundo en el que quisiera estar.

Embozó una sonrisa en su rostro; que podía jurar que me había hecho sentir una sensación nunca antes sentida, ambas seguíamos desnuda y con una sola sábana siendo cubrida.

—¿Te gusta la filosofía? —preguntó de repente, la miré sin saber a qué se refería con aquello—. La aspiración, el deseo, por la inquietud y es el afán de conocer.

—¿Lo dices por la sabiduría? —ella negó.

—Por adquirir respuestas a la infinidades de incógnitas que existen con el origen de quiénes somos.

No entendía su punto, pero era fascinante oírla hablar así—. ¿Te encanta el arte, verdad?

Sonrió asintiendo—. Me fascina, ¿y a ti?

—Me encanta —confesé.

—¿Por qué informática y no arte?

Suspire.

—Prefiero comer que pasar hambre —dije entre risas, pero a ella no le había resultado nada gracioso—. Con informática no moriría de hambre, si estudiaba arte, las probabilidades era muy pocas de tener una buena paga.

Enigma. (LGBT)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora