BRUNO

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Bruno se agitó nervioso debajo de la fina manta de la cárcel. Hacía frío y el colchón de la cama era duro y para nada confortable.

Hacía casi un mes que estaba encerrado sin razón alguna y, aunque su abogado le había advertido que siguiera todas las normas del establecimiento y no causara problemas, él no se había podido estar de pegar a un chico de su edad que lo había llamado asesino.

"Asesino"

Esa palabra le causaba náuseas y dolores de cabeza. Él no era un asesino. ¡No lo era!

Se levantó de la cama y miró a la luna por la pequeña ventanita de su celda. Durante todos estos días, ella había sido la única que había ido a visitarlo, que lo había acompañado en sus largas noches de insomnio.

Ya amanecía, pero a él le daba igual. Todos los días y las noches eran lo mismo. El mismo suplicio. Los mismos interrogatorios. La misma mierda.

Se vistió tan rápido como pudo y salió de su celda en cuanto se la abrieron. Hoy, después de todo este tiempo, podría ver a sus familiares. Podría hablar con ellos...eso sí, detrás de un vidrio.

"Por precaución" le habían dicho.

Ellos de verdad pensaban que Bruno era el asesino, aunque cada vez tenían más dudas, cada vez estaban más confundidos.

Tan solo tenía derecho a dos horas de visita: de ocho a diez de la mañana, con un máximo de media hora por persona.

Así que, más o menos, podría ver a cuatro personas.... Si es que venían.

Bruno sabía que su madre confiaba en él, su madre sabía que él no era el asesino. Pero aun así, sabía que lo estaba pasando mal e incluso había momentos en los que desconfiaba de su propio hijo.

Cosa totalmente normal, teniendo en cuanta que los periodistas le hacían preguntas que ella era incapaz de responder, que la ponían nerviosa y que la hacían dudar.

¿Cómo sabía Bruno todo eso? Conocía a su madre.

Pero por encima de eso, lo había visto en la pequeña televisión de la sala de guardia, hace un par de días. Cuando se dirigía a su celda, vio que la puerta estaba medio abierta y escuchó la voz de su madre. Le fue imposible no pararse a mirar. Estaba destrozada, tanto físico como emocionalmente.

Ella no se merecía esto.

Bruno se dirigió a la sala de visitas y se sentó en la silla.

Esperó, pero nadie llegaba.

Bufó cansado. Se lo esperaba. ¿Quién, en su sano juicio, quería entablar una conversación con un posible asesino?

La silla vacía de enfrente era su respuesta.

Se obligó a quedarse hasta que pasara su horario de visitas. Se obligó a quedarse hasta las diez.

Tan solo faltaban 14 minutos para que se acabara el suplicio, un suplicio que se había impuesto él, en realidad.

De repente, la puerta se abrió, y entró un muchacho para luego sentarse enfrente de Bruno. Tan solo separados por el cristal.

A Bruno le dio un brinco al corazón.

- ¿Qué haces aquí?- preguntó de manera un cierto despectiva.

- Lo mismo digo- dijo él sin dejar de mirarlo a los ojos.- Sigo pensando que eres demasiado inútil para matar a alguien.

Bruno apretó la mandíbula. No dijo nada. No caería en su provocación.

- Aun así...- prosiguió él- vengo a darte una noticia, ya que supongo que estando aquí no te has enterado.

Se miraron fijamente. Bruno esperó a que siguiera pero éste no lo hizo.

- ¿No piensas preguntar?

- ¿Qué pasó?- dijo Bruno de mala gana.

- Encontraron a Rita muerta- dijo con una voz glacial- Un suicidio como otro más.

Bruno se quedó estático. No podía decir nada. Apenas podía respirar. Observó cómo el muchacho se levantaba de la silla y se dirigía hacia la puerta, despreocupado.

Bruno no quitaba la vista de él.

Antes de cruzar por la puerta, éste le devolvió la mirada.

Y sonrió.

Fue una sonrisa retorcida, ácida, diabólica, fría y burlona. A Bruno le dio un escalofrío.

Por la noche, no pudo quitarse esa sonrisa de la cabeza.


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