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Magville, 1998

Henry y Charlotte caminaban juntos por uno de los senderos del gigantesco bosque que rodeaba a Magville. Eran amigos de toda la vida y siempre que los horarios del joven líder se lo permitían, salían a dar un paseo y disfrutaban de la tranquilidad que reinaba en aquel paisaje de tantos verdes.

Mientras él se relajaba recostado a uno de los enormes árboles la chica prefería adelantarse y retozar entre los arbustos recolectando las más hermosas florecillas silvestres. Esos eran los momentos que Henry atesoraba, aquellos en los que podía ser él mismo sin tener que preocuparse por las leyes y normas que regían el pueblo, y que él debía respetar muy a su pesar.

–¡Henry! Ven aquí, ayúdame por favor-la voz espantada de Charlotte lo hizo ponerse de pie como activado por un resorte y salió disparado a su encuentro. Se quedó pasmado al ver la escena que tenía ante sus ojos: Entre los brazos de su amiga yacía casi inconsciente una hermosa joven de cabellos dorados, que se encontraba gravemente herida, pero eso no era lo más impresionante, una estela de luz rodeaba a la chica revelando su verdadera naturaleza, una naturaleza que lo dejó descolocado. Miró asombrado a la muchacha que conocía desde la infancia y nuevamente a la extraña que reposaba en su regazo.

¿Estaría bien saltarse las normas por una vez en su vida?




***

Magville, 2019

Rose había comenzado a leer el libro aquella misma mañana, y no conseguía despegarse de él. Hacía mucho tiempo atrás que había dejado de leer cuentos de hadas, pero estaba maravillada con la historia. Pensaba que quizás con poderes como los de la chica podría escapar y marcharse bien lejos de todo y de todos, pero esas descabelladas ideas se cruzaron con la triste realidad: ni siquiera tenía alguien con quien marcharse y compartir juntos el resto de sus vidas.

A pesar de ser joven, se consideró lo suficientemente madura como para no montarle un numerito a su madre cuando esta le contó la decisión de irse a vivir a un pueblo donde no conocía a nadie dos meses atrás. Y supo que aunque lo intentara, no lograría arrancarle la razón de ese repentino cambio en sus vidas.

Así que, aquí estaba ahora, sola. Sin amigos, siendo el centro de todas las burlas de la universidad. Sus compañeros solo se acercaban para soltarle alguna grosería. Por parte de las chicas la situación era aún más frustrante: notas en la taquilla, mensajes obscenos con su nombre en la puerta de los baños, y miles de cotilleos que ya no perdía el tiempo en aclarar.

Ni siquiera tenía hambre. En todo el día no había comido nada, pero se sentía lo suficientemente llena como para vomitar. Tantos insultos la tenían harta. Sabía que no sería fácil ser la nueva en un pueblo, en un colegio y en un grupo de personas completamente ajenos a ella, pero hacía de eso ya más de un mes y no dejaban de tratarla como la retorcida chica a la que nunca le había faltado nada y que los miraba por encima de la nariz.

Por más extraño que resultara, a sus casi 20 años la soledad la reconfortaba, y se había resignado a pasar los horarios de almuerzo cada día en aquel rincón, leyendo...desde su llegada a aquel maldito lugar.
Solo volvió a sus sentidos cuando una cálida mano le tocó el hombro para llamar su atención. No pudo evitar dar un respingo y el libro cayó al suelo.

–Unas preferencias curiosas para la lectura–dijo el chico de más de metro ochenta que se encontraba en cuclillas a su lado, al tomar en sus manos el libro y hojearlo descuidadamente–con un curioso desenlace–añadió, sonriendo de oreja a oreja sin apartar la vista de ella, que tenía roja hasta la punta de la nariz y los ojos abiertos y redondos como platos. Tan concentrada estaba en sus pensamientos que no lo vio acercarse.

Perder el controlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora