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Magville, 1998

Durante varios días cuidaron de la joven, que escondieron en una de las viejas cabañas abandonadas del bosque, perteneciente a algún cazador, hasta que esta fue capaz de caminar y hablar sin dificultad.

Henry estaba preocupado, sabía que lo que hacían estaba mal, y lo peor era que Charlotte parecía haberse encariñado con la muchacha, llamada Eylim, que aún se mostraba recelosa ante su presencia y se negaba a contar lo sucedido.

–He traído lo que me pediste–le informó a su amiga que sonrió encantada y le arrebató de las manos el cajón cargado de vestidos, zapatos y maquillaje dispuesta a marcharse hacia el cuarto, pero se detuvo en seco al ver el semblante serio de su compañero.

–Sabes que es lo correcto, no hemos hecho nada malo Henry.

–¿Cómo puedes estar tan segura? ¿Cómo sabes que lo que dicen sobre ellos no es cierto?–le preguntó él a la joven que lo miró serena.

–Simplemente lo sé, es una corazonada. Y tú también lo sabrás dentro de quince minutos cuando la veas–dijo guiñándole un ojo y sonriéndole pícaramente para ahora si darse la vuelta y desaparecer.

Henry puso los ojos en blanco, desde la muerte de Kett, su esposa, Charlotte no perdía el tiempo en mostrarle a cuanta chica se le apareciera en el camino...y no habían sido pocas. Muchas habían terminado aburriéndolo en el primer encuentro, otras ni siquiera le interesaban. Lo cierto es que no se creía capaz de encontrar el amor nuevamente.

Muy a su pesar, se sentía presionado por los ancianos del pueblo que le exigían una compañera. Como líder de Magville tenía muchísimas responsabilidades, y necesitaba una mujer que le ayudara a cuidar de Louis, su pequeño hijo de tres años. 

Pero al voltearse y verla allí, de pie junto a su amiga, mirándolo tímidamente, supo que esa chica era mucho más que lo que había estado esperando.


***

Magville, 2019

  La cabeza de Louis no paraba de darle vueltas al asunto. Por eso rechazó la invitación de Naila a su repentina fiesta de reingreso a la universidad y dedicó gran parte de la noche a analizar todo lo que sabía con lujo de detalles. Y llegó a una conclusión: no sabía absolutamente nada y se estaba martirizando en vano.

Incluso Karl había llamado. Estaba evidentemente preocupado por él, pero no se atrevió a contarle nada. Se tenían confianza, de eso no había duda, pero la ridícula idea de que nadie a excepción de él se inmiscuyera en la vida de la chica se lo impedía.

Sentado en una de las sillas del comedor esperando a que Mery le sirviera el desayuno pensaba en la manera de enterarse de algo sin levantar sospechas. Así que decidió investigar por su cuenta, y comenzaría aquella misma mañana.

–Abuela–dijo para llamar la atención de Mery que en la cocina preparaba unas tostadas y que enseguida se aproximó a él con el plato en la mano. Cuando estuvo seguro de que esta le escucharía con claridad, le preguntó: ¿Es posible que alguien desconozca que es un hechicero, aunque lo sea?

–Bueno–Mery se quedó pensando en la curiosa pregunta de su nieto y en la posible respuesta a la misma–es poco probable, pero podría suceder–terminó por decirle.

–¿Aun cuando sea alguien realmente poderoso?–preguntó como si nada mientras devoraba una tostada. Tanto pensar le había dado hambre.

-Sabes que ese poder va creciendo según pasa el tiempo. –explicó ella con paciencia–Si es alguien muy joven puede que demore más en...–se quedó a medias al ver que Louis tomaba otra tostada y se la arrebató de las manos para untarle un poco de mermelada, dejándolo con la boca abierta–así sabrá mejor–dijo cuando se la volvió a entregar.

Perder el controlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora