Prólogo

66 11 4
                                    

Derek

Habían pasado varios días luego de la mudanza; fue igual de espontanea que las anteriores. De mi agrado, nunca habito nada en aquellos extraños callejones o pasajes, como deseen llamarlos. Mi atención no fue captada de la forma que habría deseado. Mi rutina me era interrumpida por alegres visitas nocturnas de mis vecinos. Este lugar desbordaba felicidad y no quería ser parte de ella.

El día que realice mi traslado, llovió como si el mundo entero se estuviera exprimiendo igual que alguna fruta ¿Podría aun ser mejor?

Llegue al lugar con muchas ilusiones y (como si todas las brujas, que rodean mi gran presencia, hicieron algún hechizo a mí favor) la mayoría de mis expectativas fueron cumplidas; un barrio en medio de la nada, con muy poca gente habitando a mis alrededores y aires de sentimientos neutros.

Mi mente tan solo pensaba en lo perfecto que es este lugar y deseaba mentalmente que, a la mañana siguiente, no sea un torbellino de emociones, que habrían de estar inmigrando por todo este fenómeno natural brindado por el cielo.

Pensaba descansar en mi oscuro lugar lujurioso, pero mis tripas pedían a gritos ingerir algo. Hice caso a sus ordenes y emprendí mi búsqueda de algún almacén abierto a estas horas de la noche.

El paisaje que brindaba esa noche, llena de gotas abastecedoras, eran dignas de admirar y puedo jurar que me pedían hacerles compañía. A pesar de obtener esta tan distinguida vista, no eran lo suficientemente eficaces para saciar mi hambre o intentar calmar mi hambriento estómago. Continúe con la idea de encontrar algún lugar abierto, pero la noche los había vencido o su horario comercial debería de haber culminado. Ya preparado y convencido de realizar mi catastrófico regreso, una luz provoco ser un fuerte llamado de atención para toda mi anatomía completa. No dude en acercarme o intentar averiguar a que se debía tanta iluminación y, para las mayores de las suertes humanas, resulto ser un servicio alimenticio atendiendo las 24 horas.

Si, sin duda Colón encontró América.

Al ingresar en tan cálido lugar, que me dio a entender que podría haber estado prendida unas 2 horas una estufa, me dirigí inmediatamente a la sesión de frituras, así poder gozar de unas papas fritas o doritos. Inclusive, miraba con gran entusiasmo y deseo a los paquetes de maní saborizado, pero recordó la fuerte infección que provocaría comerlos debida a mi estúpida alergia. Continúe seleccionando y agregando muchos alimentos a mi canasto, hasta dejarlo repleto y con mi corazón danzando por la impresionante cantidad de comida. Como era algo digno de esperarse, el mostrador estaba sin ninguna persona aguardando pagar lo que llevaría, pero si note una señora de mediana edad cansada y con un humor parecido al mío cuando mi apellido, mágicamente, se da vuelta.

- Mi turno ya concluyo, espere a la próxima cajera -dijo sin siquiera levantar su cabeza para mirarme.

- Eso no quiere decir que usted no trabaje aquí y que deba realizar la cobranza de lo que llevo -no pude evitar decirle.

- Mire joven, estoy sentada aquí desde temprano, mi marido se encuentra con una prostituta a estas altas horas de la noche, tengo una enorme ampolla en mi pie izquierdo que apenas me permite caminar y no dudaría en enviarlo a...

- Tía, por favor, no pierda los estribos -dijo una chica joven ingresando al local, mientras recogía unos bucles morenos bastantes bien formados -. Lamento llegar recién, puede retirarse con tranquilidad.

La señora regordeta se levanto de la aplastada silla en la que estaba sentada, me miró con mucho odio a mí y a su sobrina, y salió de aquel lugar tan solitario.

- Disculpe por lo que acaba de ocurrir, no fue...

- Me gustaría pagar rápido e irme.

- Por supuesto -dijo acomodándose en su lugar de trabajo y tomando todos los alimentos que llevaba-. Linda noche para realizar compras mensuales ¿No le parece?

- ¿Mensuales? Todo esto, con mucha suerte, dudaría unos 3 días -no dude en decirle, debido a mi gran apetito.

- Déjame confesarle algo -accedí a su propuesta-, a mí siquiera 2.

- No sabía que escondías alguna profunda hambruna dentro de ti.

- No soy de aparentar eso ¿Verdad?

- Te pareces más a una señorita dietas estrictas, que a una caníbal desatada.

- Que dulce comparación -sonrió ante mí ridícula opinión-. Es en total $1600.

- ¿A todos le haces la seductora charla y luego le das el pésame? -interrogue.

- Se llama comercializar con estilo y es lo único que me enseño este lugar después de tantos años.

Hizo un largo suspiro al soltar la ultima palabra. Aumento mi intriga.

- ¿Cuántos para ser exactos? -cuestione.

- Casi 10.

- Felicitaciones por tu casi década entonces.

- Lo preferible sería que me pagues y te fueras ¿O no llevabas prisa?

- Lo dulce se te fue en un santiamén.

- Es lo común en este lugar.

Le pague lo acordado, mientras ella bostezaba de manera abrumadora.

- Supongo que es la despedida -dije con mi mirada siempre a un costado y la revertía únicamente cuando ella se distraía mirando hacia otro lado.

- Así parece -asintió-. Gracias por su compra, agradable sujeto.

- Mi nombre es Derek.

- Tienes un lindo nombre.

- ¿Eso es parte del trabajo también?

- No lo considero, disculpe mi falta de respeto hacía usted -dijo avergonzada, se notaba por su voz.

- No te preocupes y tienes permitido tutear -dije tomándolo como despedida y dirigiéndome, con muchas bolsas en mis manos, hacia la salida.

- Mi nombre es Elizabeth -dijo a mis espaldas.

Elizabeth, hermoso nombre para una hermosa chica; morena, con una buena jerga y de apariencia agradable. Hace mucho tiempo que no sentía este tipo de atracción hacía alguien, pero lo mejor sería esconder o ahorcar mis hormonas antes de volver a enamorarme.

Llegue a casa empapado, como era de esperarse, pero llegue con una sensación de alegría o similar a ella; le había agradado ¿Eso no es parecido a gustarle? ¿Qué habría pasado si miraba mi rostro? ¿Seré de su tipo?

- Basta Derek, pareces un adolescente desatado.

Fue entonces que me jure ir en horario vespertino a aquel lugar, para no cruzarla y cometer luego una locura.

- Dos veces no ocurrirá. 

La magia que enreda sus ojos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora