Capítulo 1.

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—Deja el estrés —pide en son de burla mi compañero de celda.

—Otro día que no viene a verme, Barreto —respondo cabizbajo.

—Ya deberías de haberte resignado, son dos meses que no sabes nada de ella... Esa rubia, seguro, tiene otro hombre allá afuera.

Sé que tiene razón pero, aun así, no quiero creerle.

Hace nueve años y siete meses estoy preso porque acepte el trato de Adolf Botha. El día del juicio antes que dieran mi veredicto pedí hablar y le dije a todo el mundo ante las cámaras que había sido yo el ladrón del "Milenium", confesé algo que yo no había hecho y muchas personas salieron beneficiadas.

La única que perdió fui yo. Hubiera aceptado o no el trato de Adolf, el veredicto siempre hubiera terminado siendo incriminatorio.

Mi hija está en la universidad, su madre se encargó de que me odiara, ninguna de las dos quiere verme y no creen en mi inocencia, es como si nunca me hubieran conocido. Todo lo que prometió Botha lo cumplió. El papá de Melissa sigue vivo gracias a ese trasplante y yo tengo todo el dinero, por el cual me vendí, en una cuenta bancaria esperando a que salga dentro de cinco años y cinco meses.

Mi condena fue de veinte años. Hice dos años en una prisión federal, por buena conducta pase a una de máxima seguridad donde purgue tres años, los siguientes cuatro años y siete meses me los he pasado aquí, en una prisión de mínima seguridad; cumplidos los primeros cinco años Melissa solicitó una condena residencial, petición que fue denegada.

Fue cuando nos hicimos más allegados que antes. Hablábamos más, siempre me traía cosas y empezó a visitarme con más regularidad, hasta comenzó a venir todos los días, que la prisión permitía, de visita. Consecuentemente los dos empezamos una relación que ha durado poco más de cuatro años; los postreros meses se comportó muy extraña, hasta estos últimos dos en lo que ha desaparecido por completo y no he logrado saber absolutamente nada de ella.

—Alonso, no va a venir.

—Es mi problema, Barreto, si quiero esperarla aquí paradote —espeto a la defensiva con los brazos apoyados en los barrotes de la puerta.

Tal cual como mi amigo dijo, la desgraciada no dio señales de vida. Nadie vino a verme y nadie llamó las siguientes tres semanas. Hasta que uno de los guardias anunció que tenía visita. Al principio creí que se había equivocado, le pregunté una y otra vez si estaba seguro que era a mí al que buscaban. Se limitó a responderme—: Una belleza te espera.

Por lo que dijo tenía que ser una mujer, mi mujer, Melissa o al menos eso fue lo que creí. El guardia me trajo a una de las habitaciones de visitas conyugales, ya he estado aquí gracias a Melissa y mis ánimos se levantaron hasta el cielo de sólo imaginarme lo que me esperaba. Pero cuando entré la posibilidad de una visita conyugal se anuló, empezando por el hecho de que era una desconocida la que estaba sentada en la cama con un reguero de papeles.

— ¿Quién es usted? —Le pregunto a las espaldas de una mujer pelinegra. Tiene un hermoso vestido amarillo floreado que me resulta extrañamente familiar.

— ¡No seas bobo! —Sólo hay una mujer que me dice eso. Se levanta con unos papeles en sus manos y unos más se le caen, apresurada los recoge.

Yo no le ayudo, me quedo parado con la mano buscando el pomo de la puerta para irme, con la incógnita de si es mi necesidad de verla la que me hace oírla en todos lados. Deja los papeles en una orilla de la cama y hace su camino hacia mí.

—Lo siento, no la conozco señorita —me vuelvo a la puerta, tomo el pomo y la abro.

—Soy yo, mi amor —me congelo a mitad de la salida. Tardo varios segundos en reaccionar y cerrar la puerta para darle la cara. Está más cerca y logro distinguirla antes que salte a mis brazos y enrede sus piernas alrededor de mi cintura, le ayudo a sostenerse—. Creí que tú sí ibas a reconocerme.

El Gran Robo. |#ONC2021| PAUSADA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora