VII

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VII



Las vacaciones se suponen que deben ser el periodo de descanso para todos los estudiantes, pero para ellos todo parecía una pesadilla viva en los últimos tres días. Primero, eran acusados de homicidio. Después fueron libres de sospechas, pero no se alejaban del rencor de todos. Por último, tenían a tres amigos encerrados, uno herido, y todos presenciaron la muerte de alguien. Todo les iba en picada por mucho que quisieran subir.

Después de todo lo que pasó en la noche del viernes, parecía imposible conciliar el sueño. Daniel, por ejemplo, pasó toda la noche en vela revisando las noticias que los medios de comunicación no se tardaron en sacar: asesina en la pedagógica, amante loca, el amor mata. Esos eran los encabezados que más resaltaban, y a su vez eran los menos amarillistas. La situación estaba por las nubes. Camilo, por otro lado, durmió con nervios de que lo volvieran a atacar. Mejor dicho, temía que también le hicieran algo a sus padres. Él no les mostró la herida, se la cubrió lo mejor que pudo y pretendió que no le dolía tanto. Alejandro estuvo dándole vueltas a todo durante la noche, a duras penas pensaba algo diferente al tema. En cuanto a Isaac, quería morirse. No solo le afectó ver a alguien morir enfrente suyo, sino que el recuerdo de que tres de sus amigos estaban encerrados, y a uno lo habían atacado en su propia casa, no le hacía para nada bien.

En las celdas, Giss se rejuntaba con Leslie. Ninguna había dicho una palabra o algo sobre el tema. Solo se acomodaron en silencio hasta que amaneciera. Manuel, por su parte, estaba solo, con su herida ya tratada por la enfermería de la estación, pero estaba ansioso de no saber qué más poder hacer. Entre los tres no hacían más de diez palabras de lo que hablaron en la noche. El desgaste era tanto que les molestaba respirar siquiera.

A las cinco de la mañana Daniel se sorprendió de recibir una llamada. Era Camilo. Se había levantado hace poco por el dolor al apoyarse sobre la herida mientras dormía. Y si bien eso no era mentira, no le dijo que se había despertado porque soñó que lo habían apuñalado. Ni Daniel ni Camilo querían confesarse sus experiencias; temían que al hacerlo se sintieran indefensos.

En la llamada no se dijeron mucho. No había necesidad de ello. Había algo en sus voces que con solo escuchar la del otro se calmaban. A las ocho Daniel le escribió a Alejandro y a Isaac para reunirse. También le escribió a Esteban, pero él, a diferencia del resto, nunca respondió. Concordaron verse en un lugar público por si algo podía ocurrirles como el día de ayer. Decidieron verse en un Juan Valdés, el que queda por la calle 53 con séptima. El primero en llegar fue Daniel, seguido de Isaac que solo se demoró dos minutos más de lo que Daniel. El tercero fue Alejandro quince minutos después, y el último fue Camilo llegando casi cuarenta minutos después de Alejandro. Bendito sea el trancón de Bogotá.

Para calmar los nervios, Alejandro ya iba por su quinto tinto. Isaac se había abstenido de comer algo porque temía vomitarlo en cualquier momento, y Daniel junto a Camilo se conformaron con solo un café con leche. Las personas a su alrededor no sabían por lo que ellos estaban pasando, pero sí se enteraron de las noticias. De hecho, en ese momento las estaban transmitiendo: pasaron de mostrar el caso de Leslie para luego revelar la muerte de Freddy: ¿una posible nueva víctima? Los medios no desestimaban nada.

―Esto es una porquería ―espetó Alejandro con un leve tic en el pie.

―No tomes más cafeína, me pones nervioso ―dijo Daniel.

―Perdón... no pensé que llevara tantos.

―Alejandro, no estás bien, puedes reconocerlo.

―¿Por qué no habría de estar bien?

Hasta Que La Muerte Nos Separe.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora