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Cuando escuchó las primeras explosiones arrojó el cigarrillo al mar; miró la parábola que escribía la brasa en el aire antes de apagarse en el agua. Tomó el ultimo trago de la botella de cerveza. Se acordó de Warm beer and cold Women, la canción de Tom Waits que le gustaba a su padre, y se rió. Su padre. Miró el celular y no tenia señal, le hubiese gustado llamarlo para desearle feliz año. Saber qué estaba haciendo, si estaba solo o con amigos. Se lo imaginó con la luces bajas bebiendo un champán ya tibio. Seguro que al volver a la cabaña y prender la notebook tendría un mail suyo, pero le hubiese gustadoescucharlo para saber cómo estaba por los matices de su voz, si arrastraba las consonantes por haber bebido o si tenía esa entonación cantarina de cuando se estaba divirtiendo.

Su madre le había pedido que llegara a las doce para brindar con ella, con Claudio -su pareja- y con Tomás, el hijo de ambos, su medio hermano. Pablo no sabía por qué, no tenía motivos, pero queria demorar el momento de volver. Tal vez para empezar el año con una humilde, modesta rebeldía de quince minutos. Había cenado con ellos y al terminar, se decidió que quería empezar el año así, solo, sentado sobre una roca a orillas del mar.

Encendió otro Marlboro, el primero y el último de 2012, se juró. Lo fumó despacio mirando a la gente que el la playa celebraba el año nuevo. Varias familias con niños pequeños habían puesto manteles en la arena, tenía canastas con bebidas y alimentos, brindaban y comían. Algunos encendían fuegos artíficiales. La mayoría solo observaba.

Había llegado cinco días atrás y quería volver; le gustaba el lugar y disfrutaba de las vacaciones, se divertia bastante con Tomás. Pero quería volver: antes de navidad se había comprado un pedal nuevo, un Overdrive que había deseado durante meses y casi no había tenido oportunidad de probar. Le quedaban aún tres largos días en Uruguay.

Cuando decidió regresar, observó un poco mejor a la gente que estaba en la playa; vio a un grupo de cuatro ancianos riendo, matrimonios mayores y jóvenes, y divisó cerca de una de las salidas, sentados en la galería de una cabaña, a un grupo de seis o siete, en el que una chica de unos diecisiete, tal vez dieciocho años, estaba tocando la guitarra. Se acercó lentamente. La chica cantaba bien; Pablo se dío cuenta de que la canción estaba un tono bajo para ella.

La canción era bella y triste ("como deben ser las buenas canciones", le habrí dicho, seguro, Diego); él no la conocía', pero memorizó una parte de la letra para buscarla en internet: la espina no, la flor, la flor, si es que hubo flor.

Ella cantaba ( en tono menor)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora