Aeneas
La brisa de la tarde golpea mi rostro y despeina mis rizos. Me encuentro en la cima de uno de los tantos rascacielos de la ciudad disfrutando de la hermosa puesta de sol que se observa en el horizonte. Los tonos naranja y rojo del astro rey bañan las fachadas de los edificios y la luz se va haciendo cada vez más escasa. En las calles las personas van y vienen; los trabajos y escuelas acabaron, es hora de regresar a casa.
—Parecen hormigas. —Yuki se encuentra sentado justo en el borde de la terraza, con las piernas tendidas al vacío y las alas plegadas a su espalda.
Sigo su mirada hasta encontrar una pareja de humanos dándose muestras de afecto, o como ellos lo llaman: amor. Muchas veces me he preguntado cómo se siente estar enamorado, esa sensación de cosquillas en el estómago de la que tanto hablan, o del corazón desbocado. Sentir que llega la persona indicada, perderme en sus ojos y su sonrisa, necesitarla como a nadie o nada en el mundo. Para nosotros los ángeles ese sentimiento no existe, nos vemos cómo hermanos, nada más.
—Una carrera hasta el rascacielos de la calle 23. —La picardía brilla en los ojos rasgados de mi amigo—. El último en llegar es un pollo.
—Acepto. —Y sin más me lanzo al vacío sintiendo esa presión en el pecho y la sensación de libertad que tanto me gusta.
Yuki me sigue a toda velocidad mientras yo esquivo edificios y autos, pero el destello de un trozo de metal llama mi atención, freno en seco. Mi amigo pasa a toda velocidad por mi lado gritando <<Gallina>> mientras yo aterrizo en el tejado más cercano para mirar de cerca. Abajo hay un chico buscando desesperadamente una salida del callejón y en el extremo opuesto se acerca a él un hombre encapuchado, empuñando una navaja.
—Ven aquí pequeña rata —dice el portador del arma—. Devuelve lo que tomaste.
—Yo no tomé nada Dragón, te lo juro. —El chico está desesperado y mira la hoja de metal con terror.
—¿Qué haces? —Pregunta mi amigo acercándose a mí.
—Sssh. —No hablo, le hago una señal hacia abajo, la escena lo hace por sí sola. Su rostro cambia de uno divertido a otro de total tristeza, estas escenas no son de nuestro agrado. Me pongo de pie listo a hacer lo correcto.
—¿Qué piensas hacer?
—Voy a acabar con esto. —Hago aparecer mi espada y comienzo a tomar mi forma de luz.
<<Las injusticias no las tolero>>
—Aeneas, sabes que no podemos intervenir. Son sus problemas, no nuestros. —La preocupación es notable en su voz.
—No puedo quedarme de brazos cruzados sabiendo que puedo hacer la diferencia —le digo y me lanzo hasta caer justo en medio de los dos hombres.
—¡¿Pero qué demonios?! —Escucho maldecir al encapuchado. Mi forma angelical es etérea, luz pura, sin facciones definidas— ¿Qué eres? Aléjate del chico, es mío. —Su arma apunta justo a mi pecho, extiendo mi espada hacia él provocando que retroceda con algo de temor.
—Aléjate y no te haré daño. —Con un pequeño movimiento de mi hoja corto su daga por la mitad. Sus ojos se abren de forma exhorbitante, deja caer el resto de su puñal y echa a correr en dirección a la calle.
—Muchas gracias. Le debo mi vida. —El joven a mi espalda agradece con notable exaltación en su voz.
—No me des las gracias a mí. Agradécele a Dios, tu creador. —Hago una pequeña reverencia, despliego mi alas y echo a volar hacia Yuki.
—Sabes lo que nos espera al llegar, ¿verdad? —Mi amigo extiende sus alas listo para despegar mientras yo voy tomando mi forma habitual.
—Lo que me espera. Fui yo quien rompió las reglas, no tú. —Emprendemos el vuelo hacia arriba, en dirección a las nubes. Recidimos en un palacio que se encuentra en el celaje, pero invisible a los ojos y radares mundanos. Está decorado con mármoles de todos los colores, enchapado en oro y esculturas. Las nubes también forman parte del paramento, pues en ocasiones penetran al interior de la edificación.
En cuanto bajamos un ángel mensajero nos intercepta y me entrega la misiva de Gabriel:
Te quiero en mi alcoba ahora. No tardes.
Mi amigo y yo nos miramos con pesar. El de ojos rasgados me palmea la espalda y, luego de despedirse, se aleja con destino a su habitación. Yo, en cambio, debo ir al encuentro con mi superior, listo para el castigo. Toco a la puerta dos veces antes de escuchar la voz que me invita a pasar.
—¿Sabes por qué te mandé a llamar? —No me mira, se encuentra revisando unos manuscritos.
—Sí.
—Sabes que tenemos reglas que se deben respetar y cumplir ¿Por qué las rompiste? —Deja de mirar los papeles y posa su vista en mí.
—No me gustan las injusticias. —Mis ojos están clavados en el suelo porque, aunque no me arrepiento de nada, le tengo un gran respeto a Gabriel.
—Lo entiendo, pero sabes que no debemos hacernos visibles ante ellos, mucho menos mezclarnos. Si implantamos estas normas es para cumplirlas y protegerlos a ellos y a nosotros. —Devuelve su atención a los escritos—. Esta vez no recibirás ningún castigo, pero estás advertido, un desliz más y Aeneas —hace una pausa—, tus alas sufrirán las consecuencias.
Me retiro de la estancia sin decir una palabra más. Mientras voy a mi alcoba mi mente viaja al recuerdo de la primera vez que volé, las sensaciones que sentí y lo feliz que estuve. Mis alas son una parte muy importante de mí, sin dudas no dejaré que me las arrebaten.
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El precio de tenerte
RandomA los ojos de Aeneas los humanos son criaturas fantásticas a la vez que enigmáticas, tan crueles como amables en ocasiones, con costumbres, tradiciones y personalidades tan variadas y exquisitas; sin dudas las creación más bella a su entender. Pero...