dos

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Odette no era alguien al que uno se le quedaría viendo por más de unos pocos segundos. Por pena, quizás, los segundos que hacían al primero un plural. Ya desde el inicio se puede notar perfectamente su condición. Enferma. Y no hablando de aquella sólo como una enfermedad, porque en el mundo de Odette, el estar enferma era una condición de vida. Sus labios, que parecían estar partidos todo el tiempo, eran sólo el inicio y el marco para lo que quedaba de rostro. Unas ojeras tan resaltadas como los huesos que prácticamente salían de su piel, esparcidos por una gran parte de su cuerpo.

Lo que menos ayudaba era el inigualable olor a hospital. ¿Te has preguntado alguna vez la razón por la que la mayoría de las personas tratan de evitar estos lugares? Bueno, uno puede tener varias excusas respecto al tema. Su olor, el recuerdo de alguna miseria pasada, el hecho del cómo es sentirse mal, el estar vomitando o lo que sea que te haya metido en esa situación. Para aquellos fóbicos de los hospitales, Odette era el paquete entero de todas las opciones y excusas que llevaban a la gente a evitar estos lugares. Era bastante lógico también para cualquiera verla sola. Siempre.

Un ejemplo era la mañana de aquel quince de febrero. Tratada por las miradas apresuradas cual niña de cinco años abandonada en la estación del bus, pero ella permanecía sentada en su asiento como si fuera el sillón de su propia casa. Fueron unos largos minutos hasta que el último de los que se encontraban en la estación habló. Un chico demasiado alto a juzgar de cualquier punto de comparación con una expresión que indicaba perfectamente que nunca iría a pasar de esa mueca amarga, mucho menos sonreír de nuevo.

"Así que, cuéntame, ¿estás enferma o sólo muriendo?"

indecent; l.hDonde viven las historias. Descúbrelo ahora