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Por fin llegaron las vacaciones, por fin los días libres para hacer lo que te viniese en gana, por fin pasar horas y horas frente a la videoconsola para acabar ese juego que durante el curso se te resistía, por fin llego el verano, el cálido verano, el caliente verano.

Por aquél entonces yo había terminado el instituto y recién cumplida la mayoría de edad el próximo año iría a la universidad. A mi edad aún era virgen por lo que solía entregarme a los placeres solitarios que todo buen chico conoce para soportar el calor y la calentura. Y ahora, con las vacaciones, con mucho tiempo libre y con mi madre trabajando durante la mañana, ¡las pajas se multiplicaban por diez! Algo normal cuando la edad es pura hormona en ebullición y tienes tiempo y soledad para hacerlo. Películas porno y revistas me servían de inspiración y me hacían disfrutar de mi pasión privada, cuando no la pura imaginación de hacerlo con una vecina, con el recuerdo de una profesora pasada, con alguien que simplemente viste por la calle y te gustó.

Hasta que un buen día llegaron las vecinas, eran madre e hija. La chica no estaba bien, eso se no taba a la legua y aunque ya era mayor de edad casi no hablaba, apenas respondía con monosílabos o frases cortas: "si", "no", "agua", "hambre".... Más tarde mi madre me contaría que le ocurrió algo al nacer y no llegó a desarrollar bien el cerebro. Por lo demás la muchacha era muy simpática y se reía mucho, le encantaba verme jugar a la videoconsola y se lo pasaba también muy bien probando ella, aunque no hablase mucho, entendía todo lo que se le decía.

Me caía bien, se la veía muy tierna y cariñosa, aparte de que estaba buena, tenía el pelo rubio, un poco rizado y unas tetas pequeñas y redondas, su culo también era muy redondito. Yo era hijo único, mi madre enviudó algo joven, así que nunca supe lo que era tener un hermano o hermana. Desde entonces los dos vivíamos solos.

A los pocos días de llegar la vecina me pidió que cuidase de su hija esa mañana, mientras ella iría al ayuntamiento a arreglar un asunto de recibos de la casa que tenía pendiente. Así que nada, me puse a jugar con ella a los videojuegos como cada tarde que se juntaban nuestras madres para tomar café y simplemente charlar.

Pasaron un par de horas y comencé a aburrirme, el juego era muy difícil y no conseguía pasar de una pantalla, fue entonces cuando ella me dijo que quería "hacer pipí", así que le me levanté y le indiqué donde estaba el baño.

Me picó la curiosidad y me quedé mirando en la puerta. Ella no pareció darle importancia y delante de mi se bajó las braguitas deslizándolas por sus muslos hasta las rodillas y se sentó para hacer el pis en la blanca taza del váter.

Yo asistí atónito al espectáculo y por mi mente pasó en aquel instante la idea de verle el coño, yo nunca había visto uno en directo, pero me daba pena aprovecharme así de ella, que era pura inocencia y parecía no entender aún de estas cosas. Así que no hice nada y me quedé mirándola mientras esta se levantaba y se limpiaba con un poco de papel higiénico. Aún con todo el simple espectáculo de ver sus muslos blancos desnudos desde el lado y cómo ésta se limpiaba me pareció muy excitante, luego se subió las braguitas y se volvió conmigo al salón.

Un rato más tarde fui yo al servicio y cuál no fue mi sorpresa cuando vi que mientras mi chorrito amarillo se perdía por el blanco nacarado de la taza del váter, unos ojos me espiaban. ¡Era mi invitada! ¡Que se había venido detrás de mi sin yo advertirlo y ahora miraba mi pito mientras yo hacía pis y lo señalaba y riéndose decía: "tu pito"! La verdad es que me dio un poco de vergüenza y hasta me debí poner colorado. Cuando terminé me volví con ella al salón, pero a partir de este momento por mi mente no dejaron de pasar ideas para engatusar a mi vecina y hacer guarrerías con ella. Me estaba poniendo súper cachondo y tenía el pito como una alcayata.

— Luisa, ¿quieres verme otra vez el pito? —le pregunté dejando de jugar.

Ella sonrió pero no dijo nada. Sin resistirme más me levanté y ni corto ni perezoso me bajé las bermudas y los calzoncillos, dejando al aire mi querida y dura alcayata.

Caluroso VeranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora