LA CASA QUE ME CONSTRUYÓ

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Bajaron de auto, Lucy estaba ayudando a su hermano a sacar las maletas de la cajuela, él por supuesto quiso hacerse el fuerte no dejando que ella cargara las petacas, sin embargo pocos pasos después se cansó y Lucy comenzó a reír y lo ayudó a llevarlas hasta el frente de la casa de campo.

La mayor parte de su vida, antes del instituto, Lucy la estuvo en aquella casa, también estaba la casa de sus padres, pero la casa de su abuelo había sido aun más importante para ella. Pues había pasado ahí los mejores años, con su madre, con Richie, Charlotte, su abuelo y la tía Bella.

 Caminó junto con Richie. La puerta era grande de madera, con un timbre al lado. No hizo falta tocar, estaba abierta. Dentro empezaba la alfombra, que al parecer habían cambiado, antes había sido azul, ahora era color vino, que la verdad sentaba muy bien a la decoración. Los muebles de siempre, elegantes y sin señales de polvo, siempre había tulipanes amarillos en los floreros del pasillo, eran los favoritos de nani Lottie. La puerta de la derecha la sala de estar; dentro de esta una puerta que daba al despacho de su abuelo, la de la izquierda otra pequeña sala que daba al comedor y una puerta al fondo junto con una barra que las separaba y la ventanilla que daba a saber que ahí se localizaba la cocina. Arriba estaban las amplias habitaciones y la biblioteca, así como la elegante azotea donde ella adoraba ir a tomar té.

Casi todo seguía como lo recordaba, los cuadros de las paredes, el viejo candelabro arriba del comedor, la sala y los suaves cojines, las manos de Richie y de ella pintadas bajo las escaleras, afuera; en el jardín el olor a flores y, claro, los campesinos trabajando y los pájaros cantando, el ganado, el cultivo. Era como si nunca se hubiera ido o como si volviera a ser la pequeñita que corría por el pasillo y se la pasaba jugando en el jardín, cortando las flores de la tía Bella y que ella se enfadara, aunque sabía que no era así. La que se la pasaba saliendo en la lluvia con su hermano y tirándose en el lodo. Todas esas cosas que sabía que si las hacía en otro lugar no serían lo mismo.

—Mi niña Lucy, mi niña bonita—exclamó la nana Charlotte mientras salía corriendo de la cocina limpiándose desesperadamente las manos en el delantal, se aproximó a Lucy y la estrechó en sus brazos. Lucy también la abrazó, después de tanto tiempo ese abrazo fue como respirar aire puro luego de haber estado tanto tiempo encerrada. —Oh mi cielo, estás tan grande, tan hermosa. No voy a dejar que te alejen de tu casa otra vez—le prometió nani con las lágrimas rodando por sus pecosas mejillas y con la misma sonrisa de siempre que Lucy conocía desde que tenía memoria. Lottie comenzó a besar una y otra vez las mejillas de Lucy, tomó las manos entre las suyas y la miro de arriba abajo. —Tu abuelo y tu tía no te van a reconocer, cada día te pones más linda y más grande.

—Oh nana Lottie, te he echado muchísimo de menos—le confesó Lucy tomando las manos rasposas por el trabajo que realizaba con tanta felicidad y las beso. — ¿Dónde están ellos?

Por la puerta entró su abuelo, ese hombre de rostro afable con el cabello oscuro salpicado por canas por todos lados, una barba que seguramente tenía días, pues no le gustaba afeitarse seguido y los ojos azules que solían parecer duros para la mayor parte del mundo, pero para Lucy eran como una chispa de cenizas que alguna vez habían sido fuego.

—Lucille, mi pequeñita—dijo riendo de felicidad y extendiendo sus brazos para que Lucy corriera hacia ellos y así lo hizo. —Ah, pero si ya no eres pequeña, ahora eres toda una damita, sólo mírate.

Lucy se vio obligada a mirarse, quería ver si era cierto y si era así quería saber si había sido para bien. Había varias fotos en la sala de estar, de ella de pequeña. Se miró y fue como si apenas hubiera caído en la cuenta de que era ya una adolescente, se había desarrollado más, sus rasgos de la niñez habían desaparecido casi completamente. Sus ojos grises seguían siendo grandes, su cabello negro azabache como el de su padre había crecido mucho en ese tiempo, le llegaba hasta la cintura y era un poco ondulado. Sonrió para sí misma recordando a su papá y también porque seguía siendo la misma.

Breathe in, breathe out...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora