Prólogo

87 6 0
                                    

Nashville Tennessee, 13 de mayo de 1994 8:30 am

El mundo estaba en calma ese día, el sol estaba saliendo en su total intensidad. Nadie, ni siquiera ella misma se hubiera imaginado que aquel día iba a llegar un nuevo ser más que cuidar, por el bien de sí mismo y de todos. Suspiró mientras miraba por la ventana que daba al jardín, admiró los retoños de flores que estaban esparcidos por toda el área. Sintió la necesidad de cortar cada uno de ellos, que no brotaran para luego ver como se marchitaban, pero debía controlarse.

— ¡Ha sido niña, una niña preciosa!–gritaba la nana por toda la vieja y bien conservada casa de campo.

Siempre se culpaba ella sola, pues aquella casa que debía pertenecerle a ella, no a su hermana, por ser la mayor. Bueno, después de todo no había tenido familia, nunca había tenido suerte con los hombres, no era tan agraciada como la juvenil y fresca Felicia. La amaba, pero tenía que aceptar que siempre envidió su manera de ser y que ella no tenía que cargar con la responsabilidad de mantenerse siempre neutral, sin sentir absolutamente nada, aunque a partir de ahora, su pequeñita iba a cargar con eso.

—Señorita Bella, venga conmigo—era la nana Charlotte que venía a pedirle, aunque más que pedirle a ordenarle que la acompañara a ver a la nueva condenada de por vida. —La señorita Felicia quiere que vaya a conocer a…

—La nueva nena que va a tener que vivir encerrada—la interrumpió bruscamente, aunque con un poco de cortesía que no ocultaba del todo su enfado y amargura. —No, muchas gracias, la veré todos los días aquí, conmigo. Después de todo ya tenemos algo en común y todavía no lleva ni media hora en este mundo.

La nana Charlotte la reprimió como solía hacerlo desde que había aprendido a hablar, ella siempre decía que era bastante testaruda cuando apenas tenía 3 años y seguía comportándose de esa manera hasta el día de hoy. Luego de refunfuñar un poco para no perder la costumbre, tomó el brazo de aquella mujer pelirroja y regordeta que no pasaba de los 50 años. Charlotte seguía teniendo el mismo rostro que hace 30 años cuando la había conocido, con esas pecas por toda la cara y esa sonrisa deslumbrante llena de bondad pura.

Ella había cumplido los 3 cuando su padre decidió que no debía salir más de esa casa hasta que fuera mayor y capaz de controlarse a sí misma. Su nueva nana había venido desde Inglaterra, una chica de tan sólo 18 años, esbelta y con unos grandes ojos azules, que cada vez que la veía volvía a su mente el momento preciso de su primer encuentro.

Penetró en la extensa alcoba, con el papel tapiz color purpura, el color favorito de Felicia, los grandes muebles de madera, el elegante armario blanco con toques dorados donde guardaba sus apreciados vestidos de telas finas. En la cama yacía Felicia, con el cabello castaño y rizado enmarañado hacia un lado, unas ojeras visibles y el sudor del parto reciente; jamás había comprendido como ella tenía el poder de lucir tan hermosa incluso en la peor de las situaciones y en el peor de los estados. Junto a ella se encontraba Jonathan, el guapo y siempre alegre Jonathan, con su cabello negro al igual que la oscuridad y los ojos verdes cual gato. A los pies de la cama estaba el pequeño Richard con su traje azul y la corbata que su abuelo siempre le ponía pero él siempre se quitaba, su cabello al igual que el de Felicia y los ojos de su padre.

—Bella, querida hermana, ven a conocer a Lucille—exclamó Felicia sonriente cuando se percató de que Bella tenía minutos parada en el umbral de la puerta contemplando la hermosa escena familiar.

— ¿Lucille?—preguntó Bella cuando captó el mensaje. ¿Lucille? ¿En serio, Felicia? Tu pobre hija ya ha tenido suficiente como para que la maldigas más. — ¿Por qué Lucille?

—Le sienta bien, Lucille Charlotte Knightley. Primera, por supuesto.

— ¿Has dicho Charlotte?—preguntó lentamente la nana, que estaba detrás de Bella y se asomaba un poco temerosa, con su sonrisa y los ojos cristalinos. Unas cuantas lágrimas ya habían comenzado a caer por sus pecosas mejillas mientras ella buscaba desesperada en uno de sus bolsos del delantal un pañuelo o trapo viejo. — ¿Vas a llamar a esa niña tan preciosa como esta vieja sirvienta?

Breathe in, breathe out...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora