1. Un día

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El pasado siempre está presente

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El pasado siempre está presente. Lo que es hoy viene de lo que ayer fue, y no puedes cambiarlo, ni olvidarlo, pero sí superarlo; sin embargo, ella no podía hacerlo.


Dafne Winford

Tuve un sueño, uno de esos que terminaban en pesadilla. Al inicio tenía todo lo que quería y luego todo lo bueno se puso en mi contra. En el sueño había un chico, lo curioso era que yo nunca soñaba con chicos, pero a este lo quería. No conocía la razón y ni siquiera pude ver su rostro.

El sueño me desestabilizó. Mi concentración daba asco y ni siquiera tenía ganas de ir a entrenar, pero debía hacerlo si no quería escuchar los gritos de mi padre quien, últimamente, estaba pesadito con el tema de mi defensa personal.

Recogí mi cabello en una coleta alta, tomé asiento en el borde de la cama y até las agujetas de mis deportivas.

—Daf... —mi mejor amiga chasqueó los dedos frente a mi rostro y levanté mi mirada —. ¿Seguro estás bien? Te estoy hablando y no me estás prestando atención.

No sabía si debía contarle.

—Karla... ¿alguna vez has sentido que algo malo está por suceder? —pregunté y ladeó levemente su cabeza.

—¿Te refieres a un mal presentimiento? —preguntó. Asentí y se lo pensó por unos segundos mientras pasaba los dedos por su cabello liso que caía hasta la mitad de su espalda—. Creo que sí, he tenido algunos —aceptó pensativa—. ¿Estás teniendo un mal presentimiento justo ahora?

—No sé lo que siento —me rendí y me dejé caer completamente sobre la cama—, pero es malo. Me preocupa.

—Creo que estamos bajo estrés por culpa de la universidad... —Concluyó y se tiró a mi lado boca abajo—. Si quieres no vayamos a entrenar hoy y hacemos cualquier otra cosa.

—Pero...

—Dafne, hemos estado tomando clases de defensa personal desde que tenemos trece... —replicó hastiada—. Nuestros padres tienen que calmarse, no entiendo por qué nos están obligando a tomarlas de nuevo —resopló—. Todo deja de ser divertido cuando te lo imponen.

A veces se sentía como un alfiler en el zapato el hecho de que nuestros padres fueran comandantes de la policía, y a la vez, mejores amigos de toda la vida. Nos sobreprotegían, y eso que ya teníamos veintitrés.

—Es por los riesgos, la delincuencia en la zona ha aumentado en los últimos meses —supuse sin quitar la mirada del techo.

—Dafne... —giré mi cabeza en su dirección y me encontré a Karla jugando con sus dedos. De las dos ella era mucho más bonita que yo, y me encantaba, no le envidiaba, la admiraba—. ¿Segura estás bien? Siento que me estás ocultando algo.

—Tuve una pesadilla... —confesé.

—¿Qué soñaste? —Inquirió.

—En el sueño estaba enamorada de un chico... —dije sin siquiera poder creerlo y su entrecejo se frunció, extrañada—. Ni siquiera sé quién es, así que no preguntes sobre eso.

Perfecta PerdiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora