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.:. CAPÍTULO DOS .:.
AMORES PLATÓNICOS

          HEMERA DESCENDIÓ POR LAS ELEGANTES ESCALERAS de mármol mientras Carolina y otra doncella levantaban la cola de su vestido, impidiendo que pudiera llegar a ensuciarse

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          HEMERA DESCENDIÓ POR LAS ELEGANTES ESCALERAS de mármol mientras Carolina y otra doncella levantaban la cola de su vestido, impidiendo que pudiera llegar a ensuciarse. Madame Delacroix, dueña y modista principal de la Modiste, una de las tiendas más exclusivas de Mayfair, había hecho un gran trabajo con el vestido de Hemera. Era de una seda fina de color blanco, como era costumbre entre las jóvenes casaderas durante la temporada social, con un encaje rosáceo que le cubría el pecho, resaltando el rubor de sus mejillas, y unos bordados del mismo tono que le recorrían la parte baja de la falda y la cola.

El suave sonido que crearon los tacones al chocar contra el suelo causó que todos los presentes, tanto su familia como los criados, alzaran la cabeza para mirarla boquiabiertos. Hemera sonrió, mostrando dos hoyuelos, mientras las mejillas se teñían aún más de color escarlata, y aunque intentó mantener la calma, no logró ocultar por mucho más tiempo los nervios que afloraban en su interior.

—¿Por qué razón todos me miráis así? —preguntó, frunciendo ligeramente el ceño—. Espero no haber deshecho el peinado que Carol se ha esforzado tanto en hacer. ¿O, quizá, he olvidado algo de vital importancia? Estoy tan nerviosa que podría haberme olvidado la cabeza arriba, si no fuera porque está unida al resto de mi cuerpo.

—Estás perfecta —le respondió Jesper Avery, sonriendo, sin poder apartar la vista de su hija mayor, aunque en sus ojos se distinguía un destello de melancolía.

Por un momento recordó todas las veces que había visto a Hemera de pequeña, tan diminuta y delgada con el cabello rubio siempre enmarañado como un nido de pájaros, descender por aquellas mismas escaleras. Y notó un sabor agridulce en la boca al ser consciente de lo rápido que había crecido, le llenaba de orgullo y, simultáneamente, le entristecía saber que a partir de ese día su hija se convertiría en una joven adulta.

—Yo también podría haber estado perfecta hoy, si hubieses cedido a que me presentara en sociedad esta temporada —dijo Ayla con resentimiento, sacándolo de sus pensamientos. Su padre no pudo evitar soltar una carcajada mientras ponía los ojos en blanco. De todas sus hijas, Ayla era la más terca, sobre todo cuando algo se le metía entre ceja y ceja—. Es la verdad. Sería la joven más bella de Londres. Imagina por un instante lo deslumbrante que estaría con un vestido celeste de Madame Delacroix y una tiara de resplandecientes diamantes.

—Me da a mí que tienes demasiados pajaritos en la cabeza —bromeó el vizconde.

—Hablo en serio —afirmó Ayla, convencida de ello—. Es indudable que los caballeros más apuestos harían fila para entrar a pedirte mi mano. ¿Has visto mi delgada cintura y mis delicadas manos?

—¿Y has visto, sobre todo, su diminuto, casi inexistente, cerebro? —inquirió Cecelia, sarcásticamente.

Ayla se giró y la miró, con los ojos pardos chispeantes de furia y las mejillas encendidas.

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⏰ Última actualización: Jun 06, 2021 ⏰

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𝐋𝐄𝐂𝐇𝐄 𝐘 𝐌𝐈𝐄𝐋 | bridgerton Donde viven las historias. Descúbrelo ahora