Único

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Erwin había escuchado muchas historias sobre el ejército y la guerra desde pequeño. A pesar de que su padre ahora era un viejo profesor de historia en una secundaria local en Texas, en su juventud también fue un soldado que prestó su servicio durante la Primera Guerra Mundial. Y antes de eso, su abuelo había sido general en el ejército por años.

La guerra siempre estuvo tan cerca de él y al mismo tiempo tan lejos.

O al menos así fue hasta hace unos años, cuando todo estalló.

Al terminar la universidad, tomó la decisión de unirse al ejército bajo la mirada preocupada de su padre y la orgullosa de su abuelo. Era joven, con muchos sueños e idealista. Y todo fue bien al principio, empezó a escalar en la jerarquía militar casi a paso acelerado y eso solo le era indicativo de que tenía que esforzarse más. Llegó a pensar que su progreso realmente no serviría de mucho ya que el país vivía bajo las Leyes de Neutralidad luego de la Primera Guerra Mundial. No había guerras ni intervenciones, todo era paz. O lo fue hasta 1941 cuando Estados Unidos, su país, entró a batallar como aliado en la Segunda Guerra Mundial, guerra cuyos primeros dos años vieron a distancia hasta sufrir un ataque directo. Fue nombrado sargento de su pelotón y él, junto con otros compañeros y amigos, se unieron a la línea de defensa contra las Potencias del Eje volando directamente a Europa, en donde la guerra no parecía tener final.

No solo eran asignados a batallas en países y ciudades cuyos nombres no había escuchado antes, pero de las que ahora tenía hasta sus mapas memorizados. También tenían misiones en las que trabajaban en conjunto con otros países aliados para asegurar su futura victoria. En una de sus tantas misiones durante el 44, tuvieron que moverse lentamente y con precaución a un pueblo remoto al norte de Francia para encontrarse con un pelotón británico ya algo devastado por las batallas bajo el aviso de que estos necesitan ayuda y armamento para salir del área sin sufrir más bajas.

—Según el mensaje, el campamento está a unos cuantos minutos —recordó su compañero y mano derecha, Mike. —. Probablemente podremos subir rápido hasta Gran Bretaña sin ser notados.

—No con la incertidumbre de si habrá botes en la frontera o no —contestó en tono cansado por el largo viaje.

—Uhm... O quizá llegaremos muertos —fue lo último que murmuró el otro.

El sonido de los tanques, los motores de los vehículos y los soldados dando pasos cansados sobre el fango fue lo único que se escuchó por los siguientes minutos.

—¡Soldado a la vista! —escuchó gritar a uno de sus soldados desde la primera línea.

Erwin hizo que todos pararan su paso para poder divisar a dicho soldado a unos cuantos metros de distancia haciendo señas con sus manos, avisando que se encontraba ahí con el resto de su tropa. Lo escaneó por unos minutos para confirmar que el uniforme que usaba era del ejército de Gran Bretaña. Aun así, envió a uno de sus soldados para asegurarse antes de seguir su camino hasta el campamento británico. Una vez ahí, el sargento les dio la bienvenida con acento marcado.

—Sargento Smith.

—Sargento Shadis —ambos saludaron antes de darse la mano.

—Usted y su tropa pueden levantar sus tiendas en donde deseen. Hay espacio suficiente pata todos.

Y lo había. Erwin supo de inmediato que su grupo había sido severamente reducido tras las últimas peleas del pelotón. Había pocas tiendas y la mitad eran usadas para atender a los heridos. Quedaban pocos, pero seguían en la lucha.

—El mensaje decía que necesitaban provisiones y ayuda para salir de aquí —recordó el sargento más joven luego de darle señal a sus soldados de descansar para que se dispersaran.

Café sabor a té [Eruri]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora