Capítulo 8

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Koya. 12 de abril.

Itaria no sabría decir cuánto tiempo había dormido. Tenía la sensación de que no había hecho otra cosa aparte de dormir en las pocas horas que llevaba sin Mina.

Sentía la cabeza y el cuerpo pesado y cuando logró levantarse ni siquiera supo dónde estaba. Se incorporó como bien pudo, apoyando todo su peso en los codos; al principio, lo vio todo oscuro, pero unos segundos más tardes, cuando sus ojos se desempañaron del sueño, fue capaz de ver un resplandor tenue y casi opaco.

Alargó una mano y sus dedos rozaron una tela áspera a su alrededor. Muy lentamente, comprendió que se encontraba en el interior de una tienda, que alguien la había dejado sobre un lecho improvisado de almohadas y mantas y que después la habían tapado para que no tuviera frío.

Con cuidado porque sus piernas apenas la sostenían, se arrastró hasta la entrada de la tienda y salió como pudo. Un fogonazo de luz la recibió de mala manera. Se tapó los ojos con un brazo. Y descubrió que estaba vendado desde la palma hasta el codo.

Se tocó las vendas como si no se lo terminara de creer. No recordaba qué le había ocurrido. Había una laguna enorme en su memoria, desde que había conocido a Laina y Rhys hasta que se había despertado. Laina y Rhys...

Con los ojos todavía molestos por la luz, Itaria dio unos pasos a tientas hasta que, de repente, notó un par de manos que la agarraban de los codos. Parpadeando, vio los rostros de Laina y Rhys, que la sujetaban con fuerza para que no cayera al suelo.

—¿Qué ha pasado? —logró decir Itaria. Tenía la lengua hinchada y apenas podía hablar; la garganta también estaba inflamada y la tenía tan seca que ni siquiera sabía cómo había logrado pronunciar esas tres palabras.

—Estás en el campamento, a las afueras de Koya. ¿Recuerdas algo, Itaria? —le preguntó Rhys mientras entre ambos la guiaban con cuidado de que no tropezara. Ella se dejó llevar, dejando caer todo su peso en ellos.

Consiguió negar con la cabeza al mismo tiempo que la sentaban en algo duro y estrecho. Rhys se colocó a su espalda al ver que se mecía hacia delante y a los lados sin querer y le hizo de apoyo. Itaria se echó hacia atrás, buscando la solidez de su pecho. Notaba el rápido palpitar del corazón de Rhys en las costillas y su calor hizo que dejara de temblar, aunque ni siquiera se hubiera dado cuenta de que lo estaba haciendo.

Todo parecía irreal. La hoguera que había delante de ella estaba desdibujada; las llamas parecían demasiado vivas, demasiado intensas, al igual que los colores del bosque que los rodeaba. Itaria cerraba los ojos y los mantenía así durante unos segundos con la esperanza de que, al volver a abrirlos, el mundo hubiera recuperado sus colores, pero no servía de nada.

De repente, una figura entrecortada por la luz de las llamas apareció delante de ella y le tendió algo al mismo tiempo que decía:

—Toma, bébetelo. Te ayudará a recuperarte. —Con dificultad, logró reconocer la voz de Laina. Con las manos temblorosas, Itaria cogió el vaso que le ofrecía sujetándolo con ambas manos y le dio un trago.

Tenía un sabor horrible, una mezcla de ácido y amargo que le abrasó la garganta al pasar y le dio ganas de vomitar. Apartó el vaso de sus labios, pero una mano férrea le cogió las manos y con suavidad la obligó a terminárselo.

—Es asqueroso. ¿Qué es? —preguntó. A pesar del sabor, Itaria empezó a notar en seguida que le hacía efecto y como su cuerpo reaccionaba. Su mente se fue despejando lentamente, las llamas dejaron de parecer irreales y podía moverse mejor.

—Es un tónico —respondió Laina de forma seca desde el otro lado de la hoguera.

—Que no te mienta. Era alcohol con unas hierbas, la mezcla secreta de Laina —susurró Rhys en su oído con una risita. Seguía estando a su espalda, sujetándola a pesar de que Itaria ya no lo necesitara. Ella tampoco iba a decirle nada; le gustaba sentirlo cerca. Rhys le inspiraba una sensación de seguridad que no terminaba de entender y en ese momento de su vida, seguridad era algo que Itaria no tenía.

Fábulas IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora