Capítulo 18

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Myria. 30 de abril.

—Hace un día espantoso —le dijo a Tallad.

Jamis sujetaba las cortinas con los dedos, apartándolas lo suficiente para poder ver al otro lado. La lluvia repiqueteaba con suavidad en el cristal. El cielo estaba cubierto de nubes grises y oscuras que prometían un día pasado por agua.

Un escalofrío le recorrió la piel desnuda. Tan solo llevaba puestos los pantalones; la ventana no encajaba bien y dejaba entrar corrientes de aire húmedo y frío en la habitación. Jamis echaba de menos tener una chimenea con la que calentarse, sobre todo en un día como ese en el que la sola idea de salir a la calle le parecía deprimente.

—Pues entonces mejor que regreses a la cama, ¿no crees? —sugirió Tallad. Jamis no lo podía ver, pero estaba seguro de que el elfo estaba sonriendo.

Él mismo sonrió antes de girarse; la cortina se le escurrió de los dedos cuando se apartó de la ventana y se acercó a Tallad. En los últimos días, Tallad se había encargado de hacer la habitación más cómoda, así que ahora tenía unas sábanas nuevas, mantas gruesas para combatir el frío de las noches y velas aromáticas que llenaban la habitación de una suave luz y aroma a canela.

Jamis trepó hasta la cama y se metió dentro de las sábanas y mantas, acercándose al cuerpo caliente de Tallad. Notó como le pasaba los brazos por la cintura, pegándolo a él hasta que Jamis fue capaz de notar el latido de su corazón contra su pecho; latía a toda velocidad, como un caballo desbocado.

Tallad hundió la nariz en su cuello y de repente, le mordió la piel sensible bajo la oreja mientras hacía círculos con las yemas de los dedos en su estómago. Jamis cerró los ojos y dejó escapar un suspiro de placer. Inclinó el cuello hacia un lado para dejarle más acceso al mismo tiempo que recorría la espalda de Tallad con los dedos, con caricias suaves y duras al mismo tiempo. Tallad gimió cuando llegó a la cinturilla de su pantalón... y le dio un mordisco reprobatorio cuando las apartó con una sonrisa.

—Eres cruel. Tan, tan cruel. —Tallad puntuó cada palabra con un beso descendente por su cuello antes de subir de nuevo. Los dedos de Tallad le sujetaron la barbilla y le giró el rostro hasta que sus narices se rozaron.

Tallad estampó los labios contra los suyos y Jamis solo pudo gemir al notar como le abría la boca con la lengua. Era un beso exigente, necesitado. Habían pasado demasiado tiempo separados y ahora parecía que estaban intentando recuperar todos los momentos que habían perdido. Tallad se separó de él y empezó a darle besos por la garganta, por el pecho, cada vez más abajo. Le puso una mano en el hombro y lo obligó a tumbarse boca arriba.

—Espera —logró decir Jamis. Tallad se detuvo a la altura de su ombligo y levantó la mirada nublada por el deseo, pero también confundida.

Se incorporó hasta estar sentado y Tallad se sentó sobre sus talones.

—¿No quieres...?

Jamis se echó encima de él, cambiando las posiciones, y esta vez fue él quien llevó el control. Empezó a besarlo de nuevo, obligándolo a tumbarse; sus manos descendieron hasta la cintura del pantalón y empezó a deshacerse las lazadas que lo mantenían. Los dedos de Tallad lo imitaron, ayudándole a quitarse su propio pantalón hasta que ambos estuvieron desnudos, piel contra piel.

Se apartaron unos segundos, cuando les faltó el aire.

—¿Estás seguro de que quiere continuar? —inquirió Tallad. Le puso la mano cálida en la mejilla y le acarició con suavidad, pasando el pulgar por su nariz, bordeando sus labios hinchados.

—Segurísimo. ¿Y tú?

—Absolutamente —susurró Tallad contra sus labios.

Se volvieron a besar. Las manos de Jamis recorrieron el cuerpo de Tallad, ansioso. Había pasado tanto tiempo... Le costaba creer que fuera Tallad el que estaba debajo de él, gimiendo cuando sus dedos llegaron a su cintura y más abajo, hasta enterrarse en su entrepierna y empezó a frotarse contra él. Jamis no pudo aguantar más un gemido contra los labios de Tallad. Las manos de Tallad se aferraron a su cintura e impuso un ritmo lento con las caderas. A pesar de estar encima, Jamis no tenía ningún control y tampoco lo quería. Le gustaba dejarse llevar, notar la mano de Tallad en su cadera y los movimientos de su otra mano en su miembro.

Fábulas IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora