Prólogo

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Siempre he dicho que las mejores memorias que tengo están en mi infancia, tal vez suene común pero amo mi infancia , recordando esos buenos tiempos. Desde niño solía fantasear con historias de amor, vivía con mi madre en un departamento muy pequeño y viejo, mi madre trabajaba en un hotel, por lo que solía quedarme solo por las noches oyendo los problemas de mis vecinos. Ellos eran una pareja tan excepcional o bueno, quien soy yo para calificar algo como excepcional pero, puedo asegurar que ellos se querían bastante, tal vez a su modo pero lo hacían.

Recuerdo a la chica, era linda y joven, tal vez solo unos años menos que mi madre, con el cabello obscuro, ni tan largo, ni tan corto y unos ojos color miel que siempre veía con ansias cuando ella me hablaba. Ella solía cuidar mucho sus uñas aunque siempre quedaban rotas después de sus peleas con su esposo, a veces me dejaba pintarlas, era pésimo en eso. 

También tenía un tatuaje en el brazo que siempre me gustó, era un pequeño gato, solía decirme que era en honor a una mascota que tuvo, era una gata blanca muy peluda. según me contaba, la acompañó más de diez años cuando ella vivía en las calles, siempre quise conocer a ese gato.

El esposo o novio, no recuerdo muy bien aquel tema, ella solo me lo explicó una vez y era confuso para mi, así que no lo recuerdo. Ese hombre era tan dedicado en su vida, siempre intentando conseguir un mejor trabajo, una mejor vida, él le agradaba a todos, era un tipo de hombre con el que cualquier mujer quisiera hacer su vida, era comprensivo y muy amable. Recuerdo además que solía fumar mucho, lo recuerdo muy bien, siempre lo veía por la ventana, cuando él lograba verme me agitaba la mano, con un poco de vergüenza yo le devolvía el saludo.

Los problemas entre estos dos comenzaban con la bonita chica, ella vivía en las calles antes de conocer al que sería su compañero, la joven de los ojos castaños pasó por muchas cosas antes e hizo todo para sobrevivir,  solía explicarme todo de maneras muy adecuadas a mi edad.

Ella decía que vendía su cuerpo, es claro que lo decía por la prostitución pero luego me decía que el cuerpo no es lo más sagrado que tenemos, sino que lo es el espíritu, siempre me dijo que nadie debe tocar mi cuerpo, porque el espíritu se sentiría mal y decía también que si amas a alguien y vives por ese alguien, vale la pena que tu cuerpo sea tocado. Se amaba a sí misma, ella quería vivir, por eso dejaba que los demás toquen su cuerpo.

Alguna vez confesó que era lo que menos le gustaba, tenía trabajos donde le pagaban muy poco, ella decía que podía vivir así pero, tenía una familia, demás mujeres como ella, les ayudaba a todas, por eso vendía su cuerpo también. 

No faltaron las adicciones, hablaba de sus adicciones como lo mejor del mundo, estaba consciente de que era adicta y se negaba a salir de ahí, era interesante como pensaba diciendo que es lo mejor que alguien pueda sentir, ya que como muchos dicen sentirte vivo no es lo mejor, dijo que la vida es muy dura y que para vivir se necesita de esa dureza y a ella no le gustaba asumir aquello, toda esa responsabilidad y esfuerzo de la vida por eso es que caía en adicciones.

Ahí fue donde destacó su más grande dilema, ella quiere vivir, pero la vida es difícil para alguien como ella, no tenía idea de como vivir, aún viviendo su "sueño" con el hombre que tanto quería.

Como pudieron conocerse, pues ella lo conoció una noche de trabajo y él la sacó de esa vida, tan rápido, tan enamoradizo, es decir, tan estúpido. 

Este hombre tan paciente y dedicado, solo era capaz de perder el juicio por quien quería, como dije antes, enamoradizo. Él siempre quiso que la chica deje todo lo malo atrás, pero ella se rehusaba a hacerlo, no le daba dinero porque ella lo gastaría en drogas, entonces esta chica escapaba para prostituirse y así poder conseguir lo que quería.

Aquellas noches cuando ella llegaba con una apariencia realmente triste, eran las peores noches, ella iniciaba con gritos acerca de que no es feliz y comenzaba a golpearlo, él también lo hacía, el día siguiente a esa noche, era muy desgarrador, trataban de hablar y terminaban en golpes una vez más, esas noches eran cuando ella salía a llorar en las escaleras, ahí fue donde tuvimos varias de nuestras charlas.

Una noche que parecía ser como cualquiera pero, en lugar de ello fue la última de todas, ella salió llorando de aquella puerta frente a la mía y tocó mi puerta, tal vez esperando que mi madre se encuentre pero, mi madre no estaba.

A veces suelo preguntarme que habría pasado si mi madre habría estado allí esa noche.

Yo abrí la puerta y cuando entró me tomó en sus manos, levantando el pequeño cuerpo que tenía en entonces entró hasta mi habitación y me puso en la cama, preguntó si mi mamá tenía pintura para uñas y yo fui por un color que me gustaba, sin afirmar corrí directamente por la pintura.

Regresé corriendo y comencé a pintar sus uñas,  una estaba rota y ella solo dijo que no importaba. Me preguntó como dejo de hacer algo y le conté que cuando era más pequeño de lo que estaba en ese entonces yo mojaba la cama, en un inicio cuando me quedaba solo sin mi madre, comencé a contarle que lo solucioné una noche, simplemente diciéndome a mí mismo que NO.

Los ojos de ella comenzaron a mojarse otra vez y me dijo que tenía razón, que era así de fácil y entonces solo agradeció por las uñas, a pesar de estar horrendas. Íbamos camino a la puerta y justo al llegar, su esposo o lo que haya sido, salió para llevársela, me puse delante de ella para protegerla, como muchos niños tontos pero, él tomó mi delgado brazo y me arrojó hacia la puerta, al caer rompí el bote de pintura al chocarlo con la puerta y la puerta quedó con una mancha de color rosa, como una escena del crimen, pero con rosa.

Ella se enojó por como él me arrojó y entonces se fueron comenzando con los golpes, otra vez pero por última vez también, ella me gritó que adiós, pudimos despedirnos y luego solo entré en mi departamento, debo admitir que con miedo, quise quedarme a esperar a que ella volviera, pero me quedé dormido.

Esa madrugada una sirena de policía me despertó, las luces rojas y azules entraban por mi ventana, era una ambulancia, corrí hacia la puerta y la abrí solo un poco, dos médicos entraron al departamento de la pareja y vi como se llevaban a la bella chica, tan delicada y frágil, la persona que me enseñó tanto ya no estaría enseñándome más en las escaleras, el hombre no dejaba de llorar y me vio, mirando todo con un ojo desde mi puerta entreabierta, corrió a mí pero yo cerré tan rápido como pude, estaba asustado, él sollozando solamente dijo que lo sentía y se fue. Yo tenía miedo, fui al baño y vi mi brazo, tenía una marca, la mano del hombre pegada ahí, me puse lo primero que encontré que cubra mis brazos y volví a la cama, aquella noche, mojé la cama por primera vez en mucho tiempo, pero también por última vez. 

El melodrama ZacaríasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora